Se les llenó de tierra la vida
y la boca de néctares difusos
y los ojos de arena caliente
como difuntos en la hora sin salida.
Se les llenó de ojos la noche
a ellos que salían sin tropezarse
por el oscuro biombo
de las travesías entre los puentes.
Buscaban, no lo sé, un labio entre los dientes
un mobiliario de peonías, la carne musgosa
de los ríos, los muslos lejos de las ciudades.
Y se les confundió el silencio, las largas
noches vedadas, los labios, la carne
las hojas enredadas de pámpanos y sangre.
Se les llenó de arena los ojos.
De mundo y de dioses vacuos.
Yo llevaba un cántaro de aceitunas
de aceitunas endebles y ojos que apaciguan.
De brisas cálidas y letales, de fogosidades.
Pero la noche ya estaba en ellos y dormían.
Animal en celo, les desgarró el corazón y el pecho,
pudriéndolos por dentro.
Tú también dormías, junto a un corazón de hiena.
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