Sócrates enumera las cuatro formas de locura inspirada por los dioses: la adivinación, la profecía, la poesía, y el amor a la belleza que conduce a la contemplación de las verdades eternas. Atribuye la primera a \"la profetisa de Delfos\" y la tercera a las Musas, cuyo corifeo es Apolo.
Me asomo a una ventana.
Veo un patio desangelado de niños jugando,
gritos detrás de una pelota, cuerdas de cáñamo
trenzadas que describen elipses al aire, y niñas
que saltan por encima de ellas profiriendo canciones
que ya escuché en mi infancia, y que me vienen feroces
al presente; otros niños ajenos a todo esto, sentados
en los bancos con las manos ocupadas en sostener
unos artilugios rectangulares que le permiten soñar
durante la eternidad de un recreo, que les evade
de lo importante, de las sumas y restas, las divisiones
con dos y tres cifras, los ejercicios de lengua e inglés...
Sigo asomado a la ventana, tengo tiempo antes
de vestirme, me apetece abandonar mis neuronas
al abismo inocuo de un perderse, de un dejarse
llevar y aflojar las riendas que me conducen.
Uno de los niños que sentado en el banco introducía
sus ojos en la infinita ventana de una táblet me mira.
Alza la vista hasta enfilarla con la ventana donde
me asomo y me pone en sus párpados dos signos
de interrogación. De la misma manera, siguiendo
el código ortográfico que me ofrecía para entendernos,
le respondo con los ojos, con la afinación extensa
de las comisuras de mis labios en ademán de sonrisa,
con un hola entre las manos a manera de bandera blanca.
Perdón, quería decirle, por entrar sin llamar
en su intimidad de niño solitario, que exhibe su soledad
a todo el que quiera consumirla desde el ventanaje
del vecindario, y que no es consciente de su mostración
pública porque se ensimisma como la crisálida que se
arrepiente de salir de su cáscara y regresa a la placenta.
Una vez hubo recibido mi respuesta, satisfecho, volvió
a disolverse en el mundanaje rosa y malva que le abre
la tecnología y que le impide ejercitarse, como los otros
niños, redundando en su gordez y mala salud futuras.
Es curioso que el resto de niños, aquellos que juegan
al modo de cómo se jugaba cuando era pequeño, no
advirtieron mi voyeurismo enfermizo, o si lo advirtieron
se las trajo al pairo y me hicieron maldito caso omiso.
Eso me gustó de ellos; al fin y al cabo también yo estoy
jugando, como ellos, solo que mi juego consiste
en añorar los juegos a los que jugaba cuando tenía la edad
de los que ahora están jugando en este patio de abajo
y que, solo algunos, los que \"no juegan\", advierten
mi presencia y miran preguntando por qué, a cuya
pregunta, aunque di respuesta y el chico estático de la táblet
se quedó satisfecho, no sé realmente qué responder.
Cierro la ventana, el mundo, el cielo, y miro hacia dentro.