Se encontraban conversando dos zapatos y una alfombra
y en su testa preguntando: ¿Será que esto les asombra?
Y la plática era amena sobre sus duros oficios,
(a la niña Filomena con linaje de patricios),
se extendía en argumentos con marcada repugnancia
y eran tensos los momentos con notable relevancia.
Pues la alfombra se quejaba de pasar pegada al piso,
que sobre ella se paraban los zapatos sin aviso.
Disculpe, estimada alfombra. Dijo calmo aquel zapato,
pues su queja no me asombra ni tampoco, su maltrato.
¡Pero no soy el culpable, no tenga ninguna duda!
Que no crea es deseable la porción de carne cruda
que me zampan cada día, que me socan tanto el cuello
sin ninguna garantía de evitar el atropello.
Usted sufre las pisadas, nosotros malos olores.
Y en las casas alfombradas ¿Les importa a los señores?
Si a veces hacen limpieza, por cuidar el qué dirán;
por creerse realeza, de nuevo nos pisarán.
Y la alfombra muy astuta meditó en lo que le expuso
porque ya no soportaba y una solución propuso:
¡Me levantaré algún día con un nuevo amanecer,
porque los que están abajo lucharán hasta vencer!
Los zapatos muy atentos le escuchaban la propuesta
y sin más miramientos dijeron sí, como respuesta.
Pero luego un argumento se endosó a la afirmación:
¡Quien no lucha en su momento no tendrá liberación!
Así pasa a los de abajo, nadie lo puede negar.
Ni zapatos, ni alfombras… ¡No se dejen pisotear!