Una vez nevó
y allí estábamos
mis hijos y yo
Intensidad especial
adquirió el silencio
y quietud un aire de cristal.
Y nevaba... nevaba...
El blanco inmaculado
nos detuvo unos instantes
para no hollar con nuestros pies
la gloria de ese invierno.
Y después...
caminamos lentamente
con parsimonia similar
a la del copo,
cayendo en cambiantes vaivenes
en el aire
hasta posarse en el suelo
en desmayo final
o darle fantasmal aspecto
a los espinillos desnudos.
Fue un breve milagro.
Y vivamente nos unió
el prodigio del milagro breve.
De mi libro “De alboradas y de ocasos”. 2005 ISBN 987-9415-21-3