Dicen que nací con los ojos abiertos y miraba tan fijamente las luces del techo que no sentí la nalgada de bienvenida, no lo recuerdo, mis primeros recuerdos se remontan a admirar las velas que mamá encendía en la noche después de apagar las luces para su altarcito, esas lucecitas rodeadas de oscuridad me absorbían, me parecían tan vivas y concentradas, capaces de desprenderse del pabilo y unirse para crecer hasta formar una hoguera en medio de la sala, pero no, preferían estar ahí, obedientes y sumisas en el altar, me dormía pensando que si amanecían apagadas era porque se cansaban de velar y se escapaban bajo la rendija de la puerta, eso y subirme a los árboles (apenas tuve la capacidad de hacerlo) por la noche para poder contemplar mejor las estrellas en el cielo era lo que más disfrutaba, eran tiempos en los cuales nada sabía y todo lo creía, mamá entonces parecía tenerme la paciencia que se le tiene a una mascota, tal vez porque era más importante preocuparse por el heredero de la familia, un hombre en proceso que no debía atenderse solo si había una mujer disponible para hacerlo.
No lloré cuando me dejaron en la escuela, entré al salón que me asignaron y me senté en una banca de la que otra chamaca me fue a sacar, yo no estaba acostumbrada a tratar con otros niños y esa primera experiencia en la escuela resultó desconcertante y perduró siempre, no puedo decir que odié esa época, tampoco llegué a amarla, era simplemente algo inevitable, los libros eran lo único interesante por sus ilustraciones y por lo que con el tiempo fueron revelándome, los niños me eran tan indiferentes como yo a ellos y los maestros tan autoritarios como papá o mamá por lo cual prefería subirme a la primera nube que pasaba cuando las lecciones me aburrían, lo cual era bastante frecuente. Aprendí a leer pronto y las lecturas que más me gustaban hablaban de pintorescos pueblos a donde sólo era posible llegar en tren y cuyos chiquillos eran libres de correr por todas partes, ellos me llevaban de la mano y me hacían partícipe de sus travesuras, de ahí el vehemente deseo de tomar el primer tren que me llevara a encontrarlos pues eran diferentes alos niños de la escuela y de mi rumbo, sin embargo en mi ciudad no hay rieles, el único tren está en el zoológico, así que en vez de tren debía conformarme con estar encaramada en una rama, cerrar los ojos e imaginar cuando me mecía el viento que iba sentada en un vagón, que el aire entraba por las ventanillas y que íbamos dejando la ciudad recorriendo caseríos, campos y montañas por igual, podía sentir las ruedas vibrar sobre los durmientes y escuchar el silbo prolongado que anunciaba su camino, así, arrullada por esas fantasías mi tedio era soportable, sobre todo cuando mamá se empeñaba en hacer de mí una virtuosa y devota mojigata, aunque bien pronto se dio cuenta de que rara vez tenía yo los pies sobre la tierra y eso la exacerbaba.
No tuve vocación de ama de casa, no podía explicarme por qué motivo el piso debía barrerse y trapearse diario, el ritual del lavado de la ropa que consistía en separarla por colores, en ropa interior, ropa de hombre y mujer y encima tallarla dos o tres veces, llevarse tanto tiempo para preparar un almuerzo que la mayoría de las veces no me gustaba, tener que enjabonar hasta un vaso donde sólo se bebió agua, todo eso era además de tedioso innecesario para mí y me valió incontables regaños y azotes, eso sin contar mi escasa habilidad en la cocina, como la primera vez que mamá intentó enseñarme a preparar tamales, en esa ocasión el problema fue que yo debía revolver la masa con sal, agua y manteca y eso era exactamente lo que estaba haciendo, al menos hasta que me di cuenta de que la masa formaba cavidades y tuve la imperdonable ocurrencia de formar una gran cueva y llenarla de hombrecitos de masa que se calentaban alrededor de una hoguera, recuerdo que los hombrecitos gesticulaban y hacían planes para el día siguiente irse a cazar un mamut, al poco rato la caverna estaba repleta de hombrecitos, mujercitas y niñitos trepando por las paredes, contándose historias, otros en parejas, muy juntitos en los huecos más apartados, estaba yo muy entretenida aumentando su población cuando un golpe en mi cabeza me sacó de la ensoñación: mamá acababa de descargarme el cucharón y a puñetazos destruyó mi obra.
Tendría yo unos ocho años la primera vez que escuché un silbo prolongado y luego un bocinazo como de ganso en algún punto lejano, entonces le pregunté a mi mamá que en esos momentos preparaba el almuerzo si lo había oído
-¿qué cosa?- Me preguntó y yo le respondí
-“está cruzando un tren”- ella me miró divertida y dijo
- “sí, seguramente va entrar por el patio, quítate de ahí, no te vaya a embestir”-
-“pero se oye lejos…”
-“ah, entonces tienes tiempo para empacar tus cosas”
- “¿de verdad puedo ir?” le pregunté emocionada
Ella dejó lo que estaba haciendo y con aire cansado replicó
-“¿qué voy a hacer contigo? Siempre ves y oyes cosas que no existen, basta seguirte la corriente para que inventes disparates, si sigues así un día te van a robar y ni tú te darás cuenta”
Por lo general ese era el fin de las conversaciones así que me acostumbré mejor a callar ese tipo de sucesos, por eso nadie se enteró de la ampolleta extraviada del marciano que me encontré en la escuela, la cual usaba para conservar una apariencia terrícola y por lo cual empecé a fijarme disimuladamente en los niños de la escuela, en sus papás y los maestros, algo raro delataría al impostor, pero al tercer día me convencí de que el marciano se había percatado del descuido y en esos momentos habría cambiado de ubicación, guardé la ampolleta de todas maneras hasta que mamá la tiró por considerarme con instintos de roedor al almacenar basura, tampoco vieron cruzar un galeón español el día que fuimos al balneario de Yucalpetén, mejor, pude admirar en paz sus velas hinchadas y la hilera de cañones en el costado, hasta me parece haber distinguido uno que otro marinero en la borda y al vigía mirándome con su catalejo, cuando salíamos al parque y me encontraba algún duende debajo de una banca, mirándole los calzones a las mujeres que confiadas se sentaban prefería callar, a veces, cuando salíamos al centro y pasábamos al mercado veía en los ventanales aves negras, como buitres cayendo sobre algún descuidado para picarles la cabeza, con tal fuerza que se alejaban llevándose algo de una materia sanguinolenta, la víctima por su parte sólo parecía sentir un mareo pues se llevaba la mano a la cabeza, se apoyaba en alguna pared y después de rascarse continuaba su camino, sí, me costó trabajo percatarme de que otros no los veían y por lo tanto yo era un bicho raro por mencionárselos, sin embargo el tren fue algo diferente, tal vez porque nunca me había subido a uno o porque prefería mil veces viajar pegada a la tierra que subirme a un artefacto como el que en una ocasión descendió al patio de mi casa y como de costumbre sólo yo vi, de ahí salió un hombrecito casi de mi tamaño, precioso como un muñeco de porcelana, vestido con un traje gris oscuro que contrastaba con su piel blanca, su cabello rubio como el trigo y sus ojos azules, tan solo recogió unas ciruelas del árbol donde estaba yo trepada y antes de irse me hizo señas sonriendo para que le acompañara, seguramente estaba yo babeando por la cara tan divertida con la cual me miraba, pero no me animé a hacerlo, debido a que dos días atrás me tocó ver sobre el techo de mi casa los restos de una cápsula de metal que se había estrellado la noche anterior, su ocupante, una criatura humanoide alado de tez verdosa parecido a un murciélago tocó la ventana de la pieza donde dormía para pedirme agua, fue fácil deducir en su jerga extraña que era un adolescente travieso y acababa de estrellar la cápsula de su padre o tutor por lo que ahora tendría que regresar por sus propias alas, me pareció absurdo que teniendo alas se valiera de una máquina, pero me aclaró que su raza sólo usaba esos vehículos para viajes interestelares, así que agradeció el haberle permitido vaciar la jarra de agua que por casualidad dejé en mi pieza antes de acostarme, extendió sus alas y se perdió en la noche haciendo señas con algún dispositivo a alguna nave que estuviera rondando los cielos, así pues al otro día pude encontrar los restos de un metal que mi hermano tomó por cobre y llevó a vender sin importarle mis protestas; eso y el temor a la reprimenda de mi madre por haberme ido como una ramera (en ese entonces creí que la expresión se refería a mi afición a las ramas) con un extraño que me pudiera haber quitado lo niña o vendido mis órganos (cosa que me retenía menos que la escena melodramática en sí) me impidió subir, así que lo miré introducirse en su nave y arrancar a tal velocidad que pensé se estrellaría con el muro, a lo mejor incluso lo hizo a propósito para exhibir su destreza; lo cierto es que eso de volar es apto para aves y no para homínidos como yo.
Pues bien, el tren me atrajo desde la primera vez que lo escuché y su sonido me siguió por años, la primera vez, cuando le pregunté a mi madre si lo oía no estaba segura, pero luego su sonido se hizo nítido, después frecuente y finalmente cercano, dejándome siempre con una sensación de tristeza, al creer que pasaba para recogerme y no halló mi casa, pero eso fue después, porque debieron pasar todavía varios años, años de crecer en una concha que con el tiempo comenzó a asfixiarme, mi hermano sucumbió primero, quién iba a decirlo, el consentido de mamá un día se hartó de su vida y decidió dejarla colgada del ciruelo, pobre mamá, estalló en una crisis nerviosa que la dejó internada en un hospital toda la semana mientras papá se hacía cargo de los gastos y el funeral, él fue quien recibió los pésames mientras los vecinos me abrazaban por obligación, casi con miedo, como si fuera un algodón de azúcar que se deformara y les manchara los brazos, no los soporté y me fui a refugiar en el patio, en el mismo árbol donde mi hermano decidió dejar de serlo, no estaba triste, mi hermano nunca jugaba conmigo, siempre me culpaba de sus travesuras y para colmo se burlaba de mi voz, de mi físico y hasta de mis gustos; ahora lo veía en sus últimos momentos, dolido hasta el fondo por la desilusión de papá, quien no le creyó cuando fueron a sacarlo de la cárcel, acusado de robo, frustrado en la escuela, abandonado por sus amigos, avergonzado con mamá por haber caído en vicios, amarró bien la cuerda al árbol, luego se ató el cuello, rabia, dolor, orgullo herido ¿cómo en un ser tan joven puede caber tanto? luego vino el brinco, la soga se tensa, la cuerda raspa la piel de su cuello ocasionándole un ardor insoportable, la asfixia, flota como un péndulo cada vez más despacio en el vacío, tal vez arrepentido de haber brincado, tratando de desatarse la soga hasta que finalmente el aire ya no circuló y se fue quedando morado, sacudido por estertores y finalmente tieso, esa noche logré distinguir un hilo de luz en el horizonte y otra vez escuchar el silbato del tren, seguramente él habría logrado alcanzarlo y ahora se alejaba, ¿el tren pasaba para llevarse a los muertos? Tal vez, de ser así entonces yo no viviría mucho y eso en lugar de asustarme me emocionaba, pues irse en tren era mejor que limitarse a un cielo o un infierno como pregonaba el sacerdote en sus sermones dominicales y que tanto me aburrían, yo en cambio tendría la oportunidad de recorrer el más allá en un tren seguramente lleno de personas como yo que no encajaban en ningún lado.
Después de ese trágico episodio mi madre incrementó su vigilancia conmigo y de no haber sido por los personajes que comenzaron a visitarme en mi adolescencia y me proporcionaron diversión y miedo por igual seguramente hubiera seguido los pasos de mi hermano, por eso me repetía que yo no tenía prisa, un día el tren pasaría por mí , no era necesario acelerar el suceso.
Seguramente se debió a haber dejado mi etapa infantil y porque mi carácter soñador y distraído les auguraban una amante fogosa o una cándida aventura, contrario a los muchachos de carne y hueso que me veían más bien timorata y fea ésos personajes eran francos e inusuales, yo para ese entonces ya podía distinguir quiénes pertenecían a mi mundo y cuáles atravesaban por casualidad o accidente en él, además, debido a la constante vigilancia de mi madre prefería flirtear con quienes ella no veía, a veces sólo se presentaban una vez, a lo sumo dos y muy rara vez tres y cuando eso sucedía por lo general me ofrecían algún regalo: joyas, juguetes o flores, pero esa clase de obsequios eran imposibles de justificar y debía rechazarlos, eso lo aprendí bien pronto, cuando al conde Balear se le ocurrió regalarme un ramo de rosas, las más hermosas que contemplé jamás, era la segunda vez que se presentaba y dijo haberlas cortado expresamente de su jardín para mí, el conde era un joven delgado, pálido, de finas cejas y grandes ojos que vivía en un palacio de malaquita y cuya pasatiempo favorito era el tiro al blanco, me habló de su estanque donde, aunque pareciera ridículo, en lugar de gansos o cisnes nadaban ranas, sí, porque según él las ranas salían en las noches a regar el jardín con sus orines y por eso las flores que me estaba regalando eran resistentes y hermosas, al escuchar mi risa me juró que hablaba en serio, que sus ranas no eran como las que yo conocía sino de colores brillantes y así mismo cantaban mejor que cualquier canario, a mí me pareció algo descabellado y por eso me prometió regresar otro día con una de ellas, pero ésa mañana mi madre entró temprano a mi pieza y al verme abrazando el ramo pensó que había metido a alguien a escondidas así que me despertó a bofetadas e incluyó una arenga muy aburrida acerca de la decencia mientras me sacudía enérgicamente para qué confesara quién era y dónde se escondía el sinvergüenza, me costó mucho trabajo y lágrimas de coraje quitármela de encima y ver mis queridas rosas tan maltratadas como yo, desde entonces tuve que rechazar cualquier regalo de mis visitantes.
El primero que conocí fue un bailarín, vestido de gris, cubierto con diamantina plateada y cuya cara me recordaba la de un gato, éste entró desorientado por la puerta del patio mientras yo hacía la tarea, cuando me vio me preguntó por no recuerdo cuál teatro, yo le dije no conocer ningún teatro en la ciudad, él contestó que eso no era posible, pues dicho teatro (y lo volvió a nombrar) era muy conocido y en pocos minutos se presentaría la obra “Oda a los faunos” insistí en desconocer tal lugar y le pedí que no me quitara el tiempo porque tenía unos problemas de matemáticas que no podía resolver, el bailarín pareció relajarse, se acercó y al ver mi libreta dijo que esa eran una tarea muy sencilla y olvidándose de su teatro y su Oda a los faunos me ayudó a entender las maléficas operaciones.
-Todo tiene música, ¿sabes? Eso lo aprendí bailando, cada movimiento, cada expresión, cada coreografía es una ecuación perfecta: música y movimiento es igual a emoción, así se interpretan las obras y así los números tienen su música, como las notas, así se combinan y dan un resultado preciso, es matemática aplicada, ahora veamos: 5 + (a-2 ) + 9 =
Al terminar no pude aguantar la tentación de plantarle un sonoro beso en su boca de gato, mi gesto le hizo gracia y me devolvió el beso que dejó mi boca cubierta de diamantina plateada, luego se levantó pensativo y en un instante se iluminaron sus ojos y chasqueando los dedos dijo recordar cómo llegar a su teatro, enseguida salió nuevamente por el patio, yo me levanté y quise alcanzarlo, pero él ya había desaparecido, me acaricié la boca y todavía conservaba el calor de la suya y un perfume de sándalo que me duró toda la tarde.
Me tomó algún tiempo darme cuenta de que las visitas coincidían silbido del tren; como he dicho su sonido se iba haciendo gradualmente más audible, de alguna manera éstos personajes viajaban en él, como en la realidad la gente se baja en las estaciones para despejarse y estirar las piernas antes de continuar su viaje, yo creí después de la muerte de mi hermano que solamente llevaba muertos, si así fuera, mis visitantes también debían estarlo y no se daban cuenta, o aquél era un transporte de realidades entremezcladas, lo único cierto es que yo gozaba esos encuentros porque hicieron mi realidad más llevadera.
La primera noche que dormí acompañada acababa de cumplir quince años, esa noche terminé de regar las plantas del jardín, mis pies estaban enlodados y me habían arañado las espinas, al cerrar la llave del agua sentí una mano que me acariciaba los tobillos, di un brinco y me di cuenta de que cerca de mí había un muchacho moreno agachado que los miraba con insistencia, le grité que me había asustado y que era una grosería mirarme de esa manera, él sin levantarse contestó que mis tobillos eran muy hermosos y manchados como estaban mis pies parecían dos zapotes maduros.
-¿Acaso eres chango? ¿Cómo te pueden a gustar mis tobillos enlodados?
-Tienes pies ágiles, tobillos fuertes, no te los laves hasta mañana, me gustaría acariciarlos toda la noche.
-¿Cómo te atreves a pedirme eso? Ni siquiera sé quién eres o de dónde saliste, además, si mi mamá ve las sábanas manchadas me va poner a lavar hasta el colchón.
-No te preocupes, si lo haces mañana las sábanas amanecerán limpias.
-¿Por qué tanto interés en que duerma con los pies enlodados?
Sólo entonces el muchacho levantó la vista y pude darme cuenta de que era un joven bastante simpático y no pude evitar sentir un estremecimiento al imaginarlo acariciando mis tobillos bajo las sábanas.
-Yo he habitado éstos terrenos mucho antes de que tu gente la invadiera, pero he decido mudarme a otro lado, sus continuos pleitos y chismes me aturden, además han aplastado toda la vegetación y me acaloro, tan sólo me quedé porque tuve curiosidad de verte ya crecida, a ti no te da asco la tierra, de hecho desearías poder ensuciarte a gusto pero no te lo permiten, si me aceptas esta noche podrás conocer más acerca de la tierra pues de ahí provengo, ¿qué dices?
El grito de mamá para que fuera a limpiar la mesa me sacó de mi mutismo, murmuré apenas un “está bien” y entré descalza, afortunadamente mamá saldría a llevar un encargo y después del regaño por entrar con los pies enlodados y la promesa de trapear las huellas empecé a fingir un malestar hasta que se fue, rápidamente limpié el piso, dejé correr la regadera para fingir que me había bañado y salí cuando calculé que se habría ido, con temor me escondí bajo las sábanas, más tarde escuché llegar a mamá y también a papá, después de un rato se apagó la luz. Comencé a escuchar grillos, como cuando era más pequeña y aún no se ocupaban todos los terrenos, un olor a azucenas impregnó la pieza y poco después sentí un cuerpo húmedo deslizándose suavemente junto a mí, no era necesario hablar, sus manos buscaron mis pies y sentí su lengua tibia lamiendo mis tobillos, haciéndome cosquillas, yo estiré los brazos y sentí sus piernas duras como cortezas, fui deslizando la mano y encontré la protuberancia que tanto escandalizaba a mi madre, aquello que privilegió a mi hermano y que alguna vez desee poseer yo, la sangre se me subía a sienes y empecé a sentir sed, una sed extraña, él empezaba a palpar a su vez mis piernas hasta tocar mi pubis, lo sentí deslizarse como una serpiente sobre la hojarasca que cubría mi cuerpo, ese sonido de roce hacía vibrar mis poros y conforme subía su lengua por mi cintura, mis incipientes pechos se endurecían, no sentía ya el envoltorio de mi cuerpo, ni la cama, no oía los ronquidos de papá ni los rezos de mamá, estaba corriendo como un riachuelo en el limbo, su brazos comenzaron a envolverme, a enterrarme viva, pero era una sensación agradable, seguramente la que sentían las raíces al estar en contacto con la tierra, mi sangre hirviendo podía fundir cualquier roca, tan intenso, no dejé que un solo quejido placentero se escapara de mi cuerpo y me delatara, en esos momentos no estaba ya más en mi casa, sino en las profundidades de la tierra y penetrando o penetrándome en la corteza, la primera comunión de mi carne atravesada por otra carne me llevó a una brillante explosión de magma dejando adolorido y palpitando mi cuerpo adolescente, la realidad volvió lentamente, el joven me acariciaba el rostro y yo me adherí a su cuerpo como si se tratara de un cocotero y pretendiera subir por él, eso lo excitó mucho y pasamos el resto de la noche por túneles y cavernas que desembocaban siempre en la profundidades ardientes de los volcanes, el amanecer acentuó mis ojeras, pero yo estaba tan feliz que seguramente recibiría con risas los azotes de mamá al ver las sábanas, pero cuál no sería mi sorpresa al encontrarlas tan limpias como antes de acostarme, igualmente mis pies parecían recién lavados, por lo que mi alegría fue mayor, ese día mamá me estuvo siguiendo con su mirada inquisitiva, creyendo tal vez que había consumido alguna droga y hasta la oí revisando mi mochila, pero ése fue uno de varios días en que ni sus reprimendas ni sus golpes podían herirme.
Mi visitante más amada sin embargo cayó inesperadamente mientras dormía, sí, literalmente cayó, yo acostumbraba dormir de lado por lo que tuve suerte de que no me golpeara al hacerlo, al sentir yo tan inesperadamente un peso hundiendo la cama junto a mí me asusté, y al volverme vi que se trataba de una joven unos dos años mayor y tan asustada como yo, nos miramos unos momentos, estudiándonos y pude notar que era bonita, su cabello rojizo estaba recogido en una graciosa colita, sus ojos eran verdes, tan pequeños y finos como sus labios y su nariz, no era muy alta pero sí bien formada, vestida únicamente con un leotardo, eso lo pude deducir ya que alumbraba una hermosa luna llena a través de los cristales de mi cuarto, cuando habló nos dimos cuenta de que nuestro lenguaje era muy diferente, ella se rascaba la cabeza, señalando al techo, señalándome a mí y gesticulando desesperadamente palabras ininteligibles para mí; yo solamente me encogía de hombros y movía la cabeza mientras la miraba con curiosidad, cuando ella se dio cuenta de lo imposible que era entendernos se levantó de la cama y pude admirar en plenitud la belleza de su cuerpo, seguramente era una gimnasta, acróbata o algo así, recorrió la pieza, se asomó por la ventana, daba vueltas como fiera enjaulada, luego se acercó a mí y se sentó nuevamente en mi cama, se veía muy triste y yo, impulsada por el embeleso que me inspiraba me acerqué y empecé a acariciarle el cabello, sentir su cutis y su cuello con el dorso de mi mano, ella me miró extrañada pero sin resistirse, eso me animó a palpar sus busto, lentamente, levantándole le pechos, pasando mi mano por su vientre plano, mi exploración pareció gustarle pues cerró los ojos y a su vez comenzó a acariciarme las orejas, pellizcarme las mejillas, cuando me di cuenta, ambas estábamos acostadas sobre la cama, ella se había despojado del leotardo y me desabotonaba la bata, una vez libres de prendas nos entrelazamos, lamiéndonos los pechos, el pubis, deslizando nuestras manos sobre los muslos, sí, era una joven muy hermosa, ágil y suave como gata, me sorprendió gratamente su disposición, su excitación que iba impregnando las sábanas de un olor embriagante a violetas, yo le preguntaba en susurros quién era y qué le había pasado y a pesar de la barrera del lenguaje pude imaginar su historia, pude verla (como entre bruma) dentro de una carpa, caminando sobre una cuerda floja a cierta altura del piso, abajo una mujer gorda y un hombre flaco ensayaban con espejos: los tapaban , conjuraban y al destaparlos aparecían sombras moviéndose en ellos, también hacían hoyos en el piso con una espada, levantaban el círculo dejando en el suelo hoyos negros y profundos que increíblemente cambiaban de lugar como si esos círculos fueran de papel y luego los empequeñecían hasta desaparecer, entonces pude ver que accidentalmente uno de esos hoyos se había desplazado justo debajo de la cuerda en el fatídico momento en que ella había dio un mal paso y caía justo sobre el hueco por el cual llegó hasta mi cama, supe que se llamaba Helga y que seguramente la gorda y el flaco estarían echando mano de todos sus recursos para recuperarla, por lo cual ella estaba sosegada mientras nos excitábamos entre besos y mordiscos, la perfección de esa piel torneada por el ejercicio y la juventud lo recorrió mi lengua durante largo rato mientras ella me apretaba la cabeza con sus rodillas y gemía como fiera herida, era una sensación diferente a la que tuve con el hombre de tierra pero no menos placentera, y cuando ya satisfechas nos besábamos delicadamente la boca, humedeciendo mutuamente nuestros palpitantes labios la sentí caer, sí, desaparecer hundiéndose en mi cama, supe que regresaba otra vez a su carpa y me reí, reí como tonta imaginando a la mujer gorda y al hombre flaco al encontrarla de vuelta desnuda y despeinada, seguramente no la quemarían en leña verde como lo haría mamá si supiera por qué amanecía en ocasiones ojerosa pero exultante; no, seguramente para Helga era una travesura y la gorda y el flaco la verían levantarse atónitos, mirarse entre sí y encogerse de hombros mientras Helga buscaba tranquilamente uno de los mantos que usaban para tapar los espejos y después cubrirse e irse a vestir seguiría practicando; yo por mi parte tendría que tirar a escondidas el leotardo y pasar el día siguiente como si nada hubiera ocurrido.
Conforme pasaban los años el ruido se fue haciendo más real y cercana la presencia del tren y entonces supe que pronto vendría por mí, así que debía preparar una mochila, pero ése fue otro signo alarmante para mi madre, porque se imaginó que la hija había decidido descarriarse descaradamente y para salvar el honor familiar quemó la mochila que había yo confeccionado con retazos de tela, ni hablar, la noche que el tren llegó lo suficientemente cerca no lo pensé, a esas alturas ya no quería saber nada de padres paranoicos ni de prisiones hogareñas, pobre mamá, pobre papá, nunca satisfacerla ninguno de sus deseos, qué pena que la única oveja que les quedaba fuera más negra que la brea; así estaba decidida a tomar un camino sin retorno; el tren estaba cerca, lo oía llegar por mi calle, me levanté y fui a abrir la puerta, el resplandor de las luces inundó toda la casa, el ruido era ensordecedor, la máquina tiró las paredes al entrar como si fueran de papel, era una máquina muy bonita, larga, reluciente sus vagones eran de un azul brillante y por las ventanillas se podían distinguir personajes a quienes alguna vez conocí y otros que tendría la oportunidad de tratar, también habían criaturas fantásticas, de todos tamaños y formas: cíclopes, faunos, gnomos, arpías, gorgonas se asomaban por igual, y un señor flaco y amarillo, de ojos rasgados vestido de mandarín salió a mi encuentro para ayudarme a subir “¡por fin!, ¡qué trabajo nos dio encontrarte!”