Buenaventura para ti seductor de letras,
que con naturaleza inocentemente emanas
frases de tu corazón,
en avidez de fuegos, de caricias y suavidades,
-ó quizás, con premeditación, perversión y futilidad-,
tiendes redes en el cual concentras
la atención de una mariposa que en su primor,
quedando en el hechizo de la luz de tus expresiones,
ha dejado el cielo
bajo el instinto de su entusiasmo.
Aprisionas la fragilidad de su corazón
dentro de la cárcel que tienes en la cúspide
de tu páramo -que está inaccesible con minas por doquier-,
quedó encadenada a ti
como no había sido nunca,
amándote no como en la jovialidad
ni en la lozanía ni en el verdor
de una mañana que reluce en su frescura,
sí en un amor que se trocó subyugado,
que ama entre las umbras
del medio día a pleno sol.
Mariposa que anhela reposar
entre las nubes junto a ti,
¡seductor de escrituras!,
ella soñando con los aromas de las flores
y luces del cielo, de la eternidad;
aceptando estar encadenada
sólo si se concluyen sus sufrimientos,
materializando en su cielo
lo que con tus letras, en sus quimeras,
has pintado como una realidad.