José Esteban Chávarro Cuéllar.

LA JUEZ VERDAD.

Así es nuestra verdad porque así somos ambos ahora, pero, ¿por qué somos así ambos ahora si tú eras distinta y yo también?

 

Esta verdad que es tuya y mía, es una verdad que juzga todo pronóstico de ser lo que no somos y que planeamos ser y no fuimos ni seremos, pero también el intento fallido de que fuera.

 

También hace parte de esta verdad el hecho de que ahora es paradójicamente cotidiano sentarse a reflexionar y concluir que antes cuando no éramos lo que ahora tampoco somos, éramos entonces Tú y Yo; un Tú y un Yo verdadero de sinceridades que, aunque imperfectas como ambos, no alcanzaban a ser más letales que nuestros cuerpos carnosos de flacos sueños y de dudas, embozados de palabras rudas  que apenas dejaban escapar entre las grietas de la incertidumbre,  traumados silencios confusos y confundidos.

 

Sin embargo, dábamos la vida para sentirnos vivos, ello quería decir, luchar por estar bien, procurar ser felices y si fuese preciso, matarnos por la paz… pero vaya cómo fue posible esto de empeñarnos tanto en acordar conseguir una paz falsa que reemplazara la paz verdadera que ya teníamos antes de ambos, cuando tú eras tú y yo, yo…

 

Entonces convocamos nuestras vidas a una gran guerra innecesaria como todas las guerras, involucrando a todo costo armas inevitables como el corazón y el alma, solo para transgredirnos con total entrega en nombre del amor, y aunque no eran esperados los terceros en esta controversia, nos salvó de nosotros mismos la que ahora nos condena justificadamente… La Juez Verdad.

 

Es preciso decir que nunca antes había visto juez alguno frente a mi propia vida pero vi esa verdad. Esa verdad, al igual que los jueces, llevaba en su poder aquel martillo duro y pesado que sirve para estrellarlo con rudeza, proclamar sentencias y magullar corazones endurecidos.

 

Quiero aclarar que, no es que La Juez Verdad, fuera nuestro verdugo por hacernos trizas el alma, contrario a ello, antes de ser juez, La Juez Verdad, se infiltro entre nosotros para sacarnos de nosotros y mantenernos a salvo de nosotros.

 

Luego de salvaguardarnos de nosotros, la contemplamos luciendo traje de médico, no con insignias de cruz roja o por el estilo, sino de corazones negros y emojis por el estilo.

 

Finalmente la vi de juez tomando en su mano izquierda las pruebas de nuestros crímenes bilaterales y en su mano derecha una similitud a dicho martillo magulla corazones que llevan todos los jueces, pero en el caso de La Juez Verdad, era un mazo de no sé qué madera inverosímil que alcanzaba a amellar tan solo con mirarlo, la sólida armadura de nuestras conciencias herméticas de orgullo y arrogancia.

 

Recuerdo que en un tiempo atrás era desalmadamente divertido ver descender, (al igual que se ve el descenso de las gotas de la lluvia sobre el cristal de cualquier ventanal), las lágrimas del condenado de turno sobre el cristal intrínseco de la televisión y efectivamente, al mismo tiempo, algún martillo que las exprimiera, pero dejó de serlo cuando La Juez Verdad tomó por sorpresa mi corazón como prisionero de guerra, despojando de esta manera, todo lo que dentro de sí guardaba, determinante decisión que efectuaría el descubrimiento de innumerables anhelos de contrabando, que según nuestras propias leyes, eran ilícitos en nuestros mundos.

 

Allí, La Juez Verdad Incautó todo lo que escondía mi corazón, paquetes tras paquetes de planes estratégicos para el amor, complejas fórmulas de simples risas, un posible matrimonio imposible empacado en cajitas de chocolates que a su  vez se confundían con sobres y más sobres que en su interior ocultaban todos los nombres de diversas gentes pertenecientes a remotos futuros entrelazados a tu ser y al yo de ahora, y de entre todos esos sobres, aquel de nuestra Emilia adorada que siempre tome en mis manos con este amor de padre apasionado que aun deambula a tu deriva, y finalmente, en el rincón donde se esconde el alma,  una pareja de ancianos eternizados, postrados en el lecho de su poniente, previamente invitados por la muerte a su póstumo viaje hacia otra vida. Todo aquello fabricado con fórmulas no corpóreas, todo de alma y fantasía y deseo pero sin cuerpo ni destino ni legalidad.

 

Por lo tanto, estoy seguro de que por este tipo de verdades, de cierto verdaderas en mi vida en específico, pero no verdaderas para la vida en general, odio con todo mi respeto y como  manda mi propia ley de la aceptación, a todas esas verdades de la vida que encuentran en sus martillos similares a los de La Juez Verdad, la formula correcta de clavarnos la estaca de la desdicha donde más nos duele, porque matan a sangre fría mentiras que enamoran, usurpan esperanzas y dejan aún más empobrecidas las pobrecitas ganas de toparse con nuevas, porque solo esperan que por sí solo al fin uno aprenda a no esperar tanto de ninguna esperanza que cruce inesperadamente frente a nosotros para hacernos cometer el crimen condenatorio de lastimarnos.

 

Chávarro,C