De aquel castillo,
con muros elevados,
guardo recuerdos.
Unos reales,
vividos a su sombra
en muchas tardes.
Otros ficticios,
de cuentos y leyendas
de los mayores.
Pero su encanto
pervive en la retina
cuando le veo.
Alto y señero,
con piedra envejecida,
lleva por traje.
Alguna hiedra,
con musgos adheridos,
dictan su edad.
Y por su lado
se ven las carreteras,
antes senderos.
Cierro los ojos
y cambio personajes
y hasta figuras.
Así los coches
se ven como carruajes
y diligencias.
Hombres andando
se truecan por jinetes
en sus caballos.
La fantasía
que nace en el poeta
hace el milagro.
Y este castillo,
roquero y olvidado
cobra sentido.
¡Bendita magia
del verso y del poema,
que ésto consigue...!
Y mientras tanto
prosigue la mañana
y un nuevo día.
Rafael Sánchez Ortega ©
22/03/23