Miguel Ángel Miguélez
Huellas
Hablemos de los males de este mundo,
de gobiernos que rigen por demás,
de bancos que nos maman usureros,
de leyes y abogados majaderos,
del político trepa que jamás
dará ante el juez la cara y que, al segundo
de subir donde está, gracias a ti,
te besa, como Judas a Jesús,
y se queda tan ancho con tus cuartos.
De esa luz de oropel que estamos hartos
en que se publicita todo el pus
en titular de miedo, para así
comprar, vender, seguir con un mercado
que mira por nosotros, pobres ciegos,
borregos de un redil que se dirige
por el camino de la indiferencia
directo al precipicio en su creencia
de erróneo progreso, en cuanto exige
llenar sin agua el mar de nuestros ruegos,
pactar con el demonio lo sagrado.
Pues, ¿cuál es el valor de un sentimiento?,
¿qué precio le pondrías a la vida?
Porque sé que no tiene te pregunto,
el límite lo pones tú, y punto.
Reserva alguna carta, la partida
acaba de empezar hace un momento
y no sabes qué guarda esta baraja.
Espera y marca el triunfo en esa mano
en la que el tiempo juegue a tu favor,
las prisas son hermanas del error
y aunque veas el fin aún lejano
tarde o temprano viene en su mortaja
a recordarte que la libertad
es la única moneda con que pagas
ganes o pierdas con el cambio. Justo
resulta siempre aquello que a disgusto
debemos transigir, pues si no tragas
lo dura que resulte la verdad
tendrás que vomitarla de tus sueños,
ya que nadie es igual ni piensa igual
y algunos ya ni piensan, solo actúan
como autómatas, juzgan y evalúan
según se les ordena en el manual
que dictan al unísono sus dueños
y luego pasa lo que pasa, claro:
que estamos, pues, como antes, o peor.
Porque furiosamente somos nada,
porque vivimos solo por la espada,
porque ahora matamos el honor
y amamos lo tangible y lo más caro.
Pero eso no es amor, solo es deseo;
por eso somos seres insaciables
porque nada hartará a la vanidad
que nos arde en la entraña. La humildad,
la razón, la consciencia... venerables
los rumbos a seguir por donde veo
y alcanzo a la distancia en este mundo
por vivir, extrayendo lo profundo
y elevándolo al cielo, a las estrellas.
Quizás no dejar marca, sí mis huellas.
Y errar, errar, errar hasta acertar
a dar con la palabra, y descansar
después de haberla escrito en un poema
que llegue hasta el final, donde más quema.