El musgo de mi cerro se quedó en tu mirada
gimiendo mis latidos de pasión y locura,
porque fuiste mi canto, mi tempestad oscura,
yo guardo mis temblores para la madrugada.
Llegaste peregrino por fin a mi morada,
la mirada perdida en mi pupila impura,
me enredé entre tus brazos, tu cinto en mi cintura,
tu tiempo entrelazado a mi alma enamorada.
Cien promesas azules nadaron a tu vera,
navegando las olas de un río voluptuoso.
Como corolas rojas te forjé en primavera.
Llegaste deshojando palabras a mi hoguera
las mías que trenzadas no encontraron reposo,
desojaste jazmines blancos en mi ladera.