De repente, sin avisos,
los ángeles me miraron suavemente,
cuando huía del mundo, buscando sosiego,
ambicionando el vuelo del ave,
su libertad y osadía,
atendieron mis canas como escarcha en el prado,
escucharon la queja de los sueños truncados,
el clamor de los huesos que anhelaban reposo,
la agitación del latido que esperaba el silencio.
Como luciérnaga en las sombras destellaron esperanza,
derrumbaron las tumbas que atrapaban mi alma,
qué incurable y sonámbula murmuraba los sueños,
desconsolada y suplicante como lluvia de invierno.
Me miraron piadosos como apaciguando mis entrañas,
evaporando el sepulcro que apresaba el pensamiento,
y condenaba al hombre a vivir de los sueños,
donde nada era cierto, donde todo era etéreo,
exclamaron promesas, removieron polvaredas,
descubriendo amores, desnudando afectos,
engendrando caricias, concibiendo los besos,
Me miraron furtivos y se abrieron los cielos,
exhalaron torrentes de caricias y anhelos,
y entre nubes ligeras de terneza y abrazos,
descendió de la cúspide la maga y sibila,
profetizando la entrega, la pasión y el encanto,
como ofrenda sublime me donaba su vientre,
me entregaba sus labios, me prendía a su pecho,
germinando en su era mi semilla de anhelo,
deteniendo el tiempo, consumando los versos,
cuando mis viejos sueños se cumplieron al verlo,
y mis cansados latidos revivieron al tenerlo.