Cuánto odio en su mirada
y qué de mañana, la pistola,
anunciando terribles presagios:
Larra se ha suicidado.
En un país donde lo normal
suele ser el tedio y el epitafio,
cuánto no sufriría y padecería,
ese ser tierno y voluble, la fealdad
de su tierra: los muros de los monasterios,
las fragancias pestilentes, los números
circenses distribuidos por cualquier parte.
El ruido innecesario, por doquier.
Era Larra, un ser demoníaco, como algunos
si fueran honestos, se atreverían a decir?
No, obviamente, pero algo de ello en la tumba
pagaría, si dios existiera. Mas no existe,
y yo dejo este poema, a medio hacer,
en su memoria, como si él sí hubiera existido
y yo un poco con él.
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