El mundo era tan reciente que muchas cosas carecían de nombre, y para nombrarlas había que señalarlas con el dedo.
― Gabriel García Márquez. Cien años de Soledad.
¿Cómo te llamas?
¿Qué nombre figura en tu partida
de nacimiento?¿Eres virgen?
Atónita, sin dar crédito a que le estuviera pasando todo esto, María balbucía palabras
sin sentido; debía responder al interrogatorio del policía y por eso se esmeraba
en no mentir —decir frases con sentido era mucho pedir.
Sin comerlo ni beberlo, cuando bajaba a la panadería de la esquina para comprar
el pan de siempre y algún que otro desavío, se vio envuelta en un atraco.
Un chico, con un panty en la cabeza, pistola en mano, arremetió contra ella y la tomó
como rehén para asegurarse la caja que hasta ese momento se había acumulado.
María, presa del pánico, profirió un grito que en el acto fue ahogado por el chico
con un golpetazo seco de la culata del arma sobre la frente, que respondió con un rojo
cayendo en dirección al ojo derecho. Ella, sin tiempo a decir esta boca es mía, quedó
sumida en un sueño que espero fuera dulce —despertó a las dos horas sin saber a qué
obedecía su estado y qué fue del chico que le abarcaba con sus fuertes brazos.
El chico, de cuyo nombre no quiero acordarme, consiguió su propósito hasta que
al doblar la esquina se encontró con un coche patrulla que lo empotró contra la pared
de la calle, lo esposaron y fue encarcelado a la espera de juicio.
María contó lo que pudo. Apenas recordaba nada porque fue tan repentino...Solo daba
con el recuerdo de esos brazos musculados rodeándole el torso como si una boa
la quisiera poseer para siempre. Nunca —confesaría ella para sus adentros— había sido
poseída de aquella manera. María lloraba con un desconsuelo propio de quien queda
sin amparo, sin un cuenco donde derramar tantos años de soledad, de acumular amor
sin hallar desaguadero...
El chico salió a los dos días tras prestar declaración. El juez resultó visiblemente conmovido
ante las razones que esgrimía. Decía que su casa era pasto del caos desde que sus padres
decidieron seguir juntos, maltratándose, en vez de optar por lo más sano; la separación.
Su confusión era tal que, para llamar la atención de ellos, decidió armarse de una pistola
de juguete y valerse del sudor que el panadero había reunido hasta ese momento a modo
de juego macabro, de broma pesada para pasar el rato, montándose en un tiovivo que le
hiciese olvidar por momentos el drama, la zozobra, el naufragio al que estaba sometido.
María volvió a bajar a por el pan, preguntó al panadero cómo estaba y le contestó que bien,
repuesto del susto aunque con un regusto algo amargo por el chico.
En ese momento, coincidiendo de nuevo, aparece el chico, esta vez con la cara destapada,
exhibiendo su apabullante juventud y pidiendo disculpas a María, en primer lugar, y después
al panadero, por el arranque de locura que lo arrebató hace dos días.
María, también joven, sintió mariposas en el estómago...