Kinmaya

El Aullido del Abandono

El aullido era tan profundo y tan prolongado que estremecía el alma. Aquel aullido no era salvaje, era un lamento muy viceral. El animal ergía todo su cuerpo tal cual largo era, hasta que su cuello horadaba  la noche dejando en cada aullido toda la tristeza que lo invadia, sumido en la mas absoluta y profunda soledad. Su aullido atravesaba toda la noche que lo escuchaba, desgarrándola en su afán de intentar que alguien se apiadara de su pena. Inmóvil, solo aullaba. 

 

Había momentos en que su aullido se hacia casi eterno,  estremeciendo la quietud de todo ser viviente que lo escuchara. Un aullido que viajaba por cada hueso de su cuerpo, un aullido que dejaba su soledad muriendo en cada rincon de su cautiverio. 

 

Aquel perro solitario estaba muriendo un poco cada dia de tristeza y soledad,  encerrado el día entero entre cuatro paredes, cada día de la semana en el patio de mi vecino. Una vida condenada a esperar en soledad. El vecino no esta nunca. 

 

Puedo escuchar la soledad de aquel perro en su cautiverio entre cuatro paredes  en un estado de abandono afectivo. Solo tiene comida, agua y cuatro paredes para cuidar.

 

Ahora, lo puedo escuchar nuevamente. Pero ya no ladra. Solo aulla, y es de tristeza, lo sé, porque su aullido esta viajando por todos mis huesos y mi sangre, clavándose en el centro de mi pecho, pero no puedo tocarlo, no puedo hacer absolutamente nada por él...nos distancia un vecino muy violento y una inmunda, decrépita y horrible pared.