No te vayas, no te vayas
que no quiero que te ausentes
porque espero, amada mía,
¡Qué te quedes, qué te quedes!
en mi espacio que es tu espacio
en mi pecho y en mi mente
derrotando soledades
si conmigo he de tenerte;
y por eso, te suplico,
¡Qué te quedes, qué te quedes!
No te marches, no te marches
por los bosques con laureles
porque quiero, amada mía,
darte lo que tú mereces.
Solo dime, pero dime,
si es que acaso tú me quieres:
¿Qué tú quieres que te diga
y que pueda convencerte?
Porque clamo por las noches
¡Qué te quedes, qué te quedes!
No te escondas, no te escondas
como el sol en el Poniente
que tu luz mucho hace falta
en tristes atardeceres;
y por eso, amada mía,
no me causes ya la muerte
que pausada va llegando
y mi piel más envejece
y hasta al viento yo le pido
¡Qué te quedes, qué te quedes!