Entre silencios de pura pausa,
Deslizo cordeles atados a oscuras,
Deformes nudos que sujetan resignaciones.
Emblemas de conquistas tardías,
Que son aprestos para guerras ya perdidas.
Refugio de la aurora eclipsada encuentro,
Que reniega del frío tibio, propio del aislamiento.
Y espanto los duendes del bosque,
Que se refugian en el opaco rocío.
Y te veo llegar, cual inquieta viajera,
Llenando con paisajes los vacíos de tu alma,
Viendo todo aquello que crees sublime.
Y te quiebra la duda,
Y crees que toda pena subyace a todo encanto.
Y con demencial premura rompes atajos,
Agotando senderos sin ningún destino.
Siempre viste de espaldas la vida, agobiada.
Y crees saberlo, mas ni intuyes el principio,
De esas rondas de mortales, esquivos al cielo.
Y pienso en decirte:
Hazte a un lado a tiempo, sin tus sentidos,
Con temerosa valentía, de trunco optimismo.
Pero de pronto, detienes el camino, mirándome,
Brotando en ese instante cuervos del abismo.
Y tengo el impulso de acariciar tu sombra
Desde mis crónicas ausencias, apasionadas.
Fondear puentes en tu humedad más oculta,
Para llegar a ver ese recorrido
De azules pájaros dentro de tu cielo.
Y de tus pies me regalas algo
Que inunda tus huellas con la sustancia precisa,
Que mide el antes y después de tu tristeza
Extendida en la bruma.
E incendias con esa frialdad que traes en tus alas
A mi vacío de quimeras, ahogada en palabras,
Que contrasta con el todo en ti,
Contenido en tus silencios discontinuos, pero totales.
Y se agita el mundo en ese instante,
Dándose un abrazo la luz y la penumbra.
Agotamos las visiones mutuas
De nuestros cuerpos, de nuestras sombras.
Y hacemos senderos juntos, inseparables.
Es tan simple el destino ahora
Que nacer y morir son solo una circunstancia,
Somos fugacidad para las miradas profanas,
Pero eternidad para nosotros, amantes errantes,
Aunque sedentarios, ahora,
Enclavados, por siempre, en el centro de nuestras almas.