Derramaban sus ojos las miradas,
cuyos rayos llevaban esa lumbre
que despiden los halos de la luna,
cuando escucha poetas inspirados.
En sus cuerpos vibraban las pasiones
que poseen las diosas del olimpo;
y su boca sensual y tentadora
ofrecía sus mieles sibaritas.
Yo la tuve en mi lecho tantas veces
que su aroma en mi cuerpo aún persiste;
y en la estancia se escucha aquel susurro
que flotaba al compás de sus orgasmos;
porque fueron eternos los momentos
encendidos de fuegos voluptuosos.
Autor: Aníbal Rodríguez.