Entendí la desnudez de los castaños,
cuando fue necesario,
después de verlos en majestad colmados.
Pensé en tiempos en los que no estaban
y en los que eran míos todos los paisajes
mentolados por las hierbas ribereñas.
Mi madurez mantiene intacta la presencia
de esa ingenuidad del niño que viviera
la intensidad arrolladora de esos años
con transparencias que dejaban ver los cuerpos
afanosos de la noche y el silencio.
Y la luna…
De mi libro “De poemas que morían”. 2017 ISBN 987-4004-38-3