Miguel Ángel Miguélez

Contigo

 

 

 

 

 

 

Los recuerdos, caprichosos,

florecen como retamas:

sencillos, directos, puros.

Gotas que rompen la calma

 

al caer sobre el estanque

del tiempo, en el que las aguas

rebosan de sentimientos

sin saber de dónde manan…

 

¿Acaso del corazón?

¿O de ti? ¿O de mí? ¿O del drama

del mundo que nos rodea?

¿De la copa más amarga

 

que nos queda por beber?

O quizás por esa trágica

forma que tenemos todos

de vivir cada jornada

 

como si fueran las últimas

horas a nuestras espaldas

y, ante los ojos, el sol

el infinito mostrara

 

en el mar verdes las dudas,

del pasado y del mañana,

elevarse en las espumas

y hundirse por las entrañas.

 

Porque te quiero te pido

que me digas cuanto callas.

Porque te pesa, lo sé,

y quiero aliviar tu carga.

 

Porque ya soy parte tuya

y tú mía, adonde vayas.

Ya en el cielo, o en el infierno,

enjugaré cada lágrima.

 

Te esperaré, como siempre,

como lluvia, como llama,

como la luz escondida

tras los tejidos del alma.

 

Me esperarás y seremos

uno solo, todo y nada.

Destellos de humanidad,

fugaces seres que vagan

 

en el jardín del silencio,

donde la luna se guarda

con las estrellas errantes

para vestirnos de gala

 

y decirnos que el amor,

como un sueño, o como llaga,

se siente y que, al despertar,

se despierta una esperanza.

 

La de seguir adelante

con tu voz en mi garganta

dando razón a mi vida,

dando aliento a mis palabras.