Un cielo de tristeza
cala en mi alma
a la espera ansiosa
de tu voz dormida
que nunca escucho,
ni en las letanías,
ni en los ecos retumbantes
de la calle,
ni en el lontano susurro,
que se mueve oculto
en la hojarasca,
solo el trotar de mi pulso
cómo un tropel de potros salvajes
briosos y puros,
golpean como forja
mi desnuda y bruñida mente,
que duerme sus penas,
a la espera de tu voz
que no llega.
La brisa con sus filones cortantes,
lustra el blanquinegro acantilado,
que se baña del sol nocturno,
que brota por destellos
desde la luna llena,
alumbrando en los muros,
del cristalino mármol,
tu indeleble figura,
esculpida eternamente
en sus querellas.
Ansío tu voz,
descollante,
a mi andar,
pero no llega.
Anhelo, tus labios prohibidos,
que hurtaron mis besos...