Se mueve la llovizna como un sueño
de espíritus nostálgicos y suaves
susurros, que me dicen que las aves
ya partieron, detrás del sol sureño.
Dispuestas a morir en el empeño
de obtener, de la vida, cuantas llaves
hagan falta, las alas baten graves
y vuelan con su adiós sobre mi ceño.
Todo cuanto se fue regresa ahora
en sutiles cortinas de añoranza
que descuelgan de mi alma polvorienta.
Y me dejo llevar, y me devora
saber que ya no existe la esperanza
que, como la llovizna, cae lenta.