Atrapada en el tiempo, sí en el tiempo,
el mismo que te consume sin dilación,
haciéndote adicta para intentar abarcarlo
y al mismo tiempo te devora él en el propósito.
Consumes al tiempo ocupada en ganarle
para tenerlo extensamente en la posteridad,
más en el reino del tiempo, él con delicadeza
se entrega con exuberancia a tu voluntad
e inflama tu pretensión de arrebatarle
-para ti- los momentos que consideras valiosísimos
y de pronto sientes englobarlo todo, todo,
sin que te revele que no es de tu propiedad.
Es el tiempo quien se ha encargado
de llevarte hasta este justo instante,
donde ese tiempo se esfuma en cada brevedad,
sin embargo, en cada destello del tiempo
-para vislumbrarlo- te deja un halo de eternidad.
Sólo el tiempo te dará el lapso a tus afanes
para que en lo preciso alcances plenitud,
mientras libras con él un reto entre combatientes
en el que todos los días él tiempo dice: «es mía»,
y tú piensas cándidamente: «el tiempo es mío».