Hablemos de poesía. Se me ocurre que Dios no sabe sus palabras tristes. Y yo tampoco sé por qué las tardes en sus lejanos ojos se hacen grises o sus primeros versos callan distraídos en el instante de morir un cisne.
Decir la mar es pronunciar poesía. Decir poesía es no sé qué mentirse.
Ella soplando el corazón del hombre con fuego amargo en el papel escribe. Si está la rama próxima a romperse porque la luna loca al mar lo riñe, yo sé que la poesía se desata con grandes olas en poetas tristes. No buscan pájaros ni luz sus versos. Persiguen la razón por qué morirse.