Desde el minuto uno,
no he dejado de pensar en ti.
Vacío en los límites
donde la espesura que completa,
deja abierta la esperanza
a la nada más herética.
Oh, odiando, y malversando
en el camino se perfora lo anegado.
Veo de lejos la línea sutil
el convexo patio de azulados tonos,
el cuerpo de los latidos inundados.
No hay Dios, ni dos divinidades, ciegas.
Sólo, tus ojos, abiertos al mundo
para nada.
La muerte te sentaría bien.
Cornudo de los huevos a la cabeza.
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