Oh labios divinos, seductores y arrebatadores,
Refugio del deseo y templo de la lujuria,
Son ustedes el rojo rubí en el ocaso del sol,
El pórtico celestial que guarda el éxtasis de las diosas del hambre.
Como suave terciopelo, cálido y apasionado,
Esos besos suyos nos calcinan el alma, y nos rostizan el corazón,
Como elixir de vida, néctar embriagador,
Alimentan el fuego que hace cenizas de nuestras entrañas.
Oh dulces guardianes de la palabra y el susurro,
Donde se esconden secretos y se confiesan pecados,
Cuna de la risa y morada del gemido,
Su lenguaje silencioso trasciende todo entendimiento.
Labios carmesí, encarnación de la pasión y el deseo,
Danzan ustedes un vals eterno de seducción y éxtasis en cada roce,
Su tórrido abrazo, un océano de sensaciones,
Un torbellino de fervor, una cascada de placer.
Como pétalos de rosa, delicados y etéreos,
Despliegan tanta belleza en la fragilidad del instante,
Y en el perfume de su aliento, se esconde la promesa,
De un amor ardiente, un deseo inefable e inmortal.
Oh labios, gemelos de pasión, instrumentos del éxtasis,
En su presencia, el tiempo se desvanece,
Sus besos son poesía, una sinfonía de caricias,
La melodía más dulce que el universo de la piel reposa.
Al recorrer los contornos de un cuerpo hambriento,
Dejan un rastro de fuego, de deseo irrefrenable,
Como cometa errante, surcan los cielos de la lujuria,
Repartiendo la esencia del amor en cada suave mordisco.
Oh labios, sublime altar de nuestra devoción,
Ante ustedes nos postramos, sumisos y rendidos,
Y en la eternidad de un beso, descubrimos la verdad de Dios,
Ustedes son la llave que abre el paraíso, la puerta al cielo de gemidos que se esconde en el altar de la boca.