Sé que no vas a verme todavía
y quizás pasen más de cinco lustros
para que puedas apreciar la ternura de mi rostro,
entonces resplandeciente,
lejos, pero muy lejos de tu beso.
Ahora que estoy aquí no tengo llaves
para posar seguro en tu sala o en tu alcoba
donde otros tantos menos ardorosos
te habrán tocado el alma
y acaso hayas temblado de pasión.
He tenido, por cierto, que aguantar celoso
tus tan extraños gustos,
o bien quizás tu falta de criterio
cada vez que te postras ante un sol aparente,
sol que apenas alumbra y que no quema.
Debo reconocer, no obstante;
y en ese caso juro que no duele,
que a veces te has rendido por la profusa magia
de unos versos fantásticos, sublimes, cadenciosos,
aliados indudables de Cupido
y anclados en la punta de su flecha.
Pero a veces te dejas subyugar tranquila
por el falso profeta que te ofrece el cielo
y me toca escucharte suspirar absorta
enamorada de un calor fugaz
que de alguna manera erigió su estandarte
allá donde mis pasos no lograrán llegar.
Y yo que he estado aquí
que te he mandado rosas perfumadas
que te he cantado infame en las noches de verano…
Yo que he estado aquí
no he podido lograr que de mí te enamores,
no por mi rostro afable,
menos por la fortuna material que no poseo.
si no porque mi canto
se ha forjado con todas las letras de tu nombre.
Yo que he estado aquí
no tengo más remedio que aguantar.
Sé que no vas a verme todavía,
mas, puede ser que alguna vez tus ojos
se posen sobre mí
y logres finalmente descubrir
que mi voz es la voz del trovador errante
que te ha amado en la calma
y en la tempestad.
Ojalá entonces puedas recoger
las todavía humeantes cenizas que registran
mi peregrinación por esta tierra
y con todo el amor que no pudo ser en vida
esparzas mis recuerdos por el cielo y por el mar.