Navegaba en mi barca
por el rio de la evocación
y anclé en mi infancia
cuando mi inocencia era supina
y no conocía aún,
las cuestiones
del amor, y la pasión.
Para ese entonces
yo tendría, unos siete años,
mientras iba camino de la escuela
sentí una necesidad
y me adentré en un monte
en busca de un lugar discreto,
cuando escuché unos quejidos,
me acerqué, caminando despacio,
tratando de no hacer ruido
y vi que un hombre,
contra de un árbol,
tenía apretada a una mujer
Por sus movimientos
creí que estaba muy enojado,
y ella, según mi visión, lo empujaba,
pensé, la está castigando,
tomé un palo y corrí a socorrerla,
cuando me vio, gritó
salí de aquí, chango metido,
me asusté y retrocedí avergonzado
al parecer, lo que le hacía,
le gustaba
y yo nada comprendía.
Me escondí tras unos yuyos
para ver lo que pasaba,
después de unos minutos
El se apartó,
se acomodó el pantalón,
ella bajó su pollera
y tomados de la mano
se dieron un beso,
y se fueron cada uno por su lado.
Mi abuela tenía razón, me dije,
no vayas, a donde no te llaman
ni te metas en problemas ajenos,
ellos sabrán resolverlos. Así fue,
yo seguí mi camino.
tarareando un, no se que.
Al evocar esta escena
mis labios, dibujaron una sonrisa.