Llevaba ya varios días con una comezón lacerante justo a la altura del corazón, en mi familia nadie había padecido antes infartos así que no tenía motivos para temer alguno, los estudios que me hicieron posteriormente tampoco reflejaban nada anormal y como suele ocurrir los especialistas asumieron que se trataba de nervios únicamente, esa es siempre su respuesta cuando los síntomas no se ajustan a sus estudios, y pensar que uno gasta dinero y tiempo en busca de una sencilla respuesta y un tratamiento igualmente sencillo para que nos insinúen que necesitamos un loquero; antes acostumbraba recurrir a otras instancias, pero la edad y las experiencias me hicieron apática, como el caso de los moretones que se presentaba con frecuencia sin recordar yo en qué momento y con qué se habrían producido, un médico dijo que era falta de circulación y me dio un tratamiento que dejé en menos de un mes al ver que no funcionaba, un vecino lo atribuyó a algún insecto nocturno y me recomendaron fumigar mi pieza antes de dormir, pero eso tampoco evitó que siguieran apareciendo y después de un tiempo, igual que se presentaron desaparecieron, luego fueron abscesos de grasa en ciertas partes, en esa ocasión casi lograron alarmarme con teorías acerca de tumores cancerosos, fue entonces cuando en vista de que mi cuerpo caprichoso era un enigma a pesar de ser minuciosamente estudiado y eso representaba mermar rápidamente mis presupuestos decidí dejar mi salud a la deriva, después de todo la muerte no hace citas y el estar al pendiente de médicos y estudios no me daba resultados.
Tampoco había sido una persona excesivamente nerviosa, como todos a veces tengo altibajos sin llegar al grado de bendecir o maldecir la vida, por lo tanto no me agradan los loqueros, líderes religiosos, metafísicos ni fanáticos de ninguna especie, esa fauna dejó de estar entre mis opciones desde hace tiempo; por eso cuando la comezón interna inició no la tomé en serio y recurrí solamente a dos médicos que como ya mencioné no pudieron darme una respuesta, descarté la posibilidad de los nervios y seguí mis actividades normales, pero en las noches la comezón lacerante no me permitía conciliar el sueño, horas durante las cuales ninguna posición me aliviaba, era molesto, como si mi corazón fuera un hormiguero que bombeara las hormigas hacia afuera y éstas insistieran en meterse para ser nuevamente expulsadas en cada latido, así se lo expliqué al primer médico a quien mi alegoría hasta le pareció graciosa, acabando de golpe con la esperanza de hallar remedio, el segundo era un tipo serio o al menos fingió entender de qué le hablaba, por eso me dejé hacer los estudios que me pidió, pero el resultado fue ambiguo. Después de aguantar un tiempo esa comezón comencé a sentir las mandíbulas de esas mismas hormigas que, hartas tal vez de estar siendo incesantemente bombeadas fuera decidieron atacar al ingrato corazón, de esa forma empecé a sentir sus alevosos piquetes en mi blanda superficie y me alarmé, no es lo mismo la comezón lacerante de cientos de hormigas expulsadas que tercamente corren y penetran nuevamente que cientos de alevosos piquetes, esas horas insomnes se hicieron una verdadera tortura para mí y se hizo notorio en mi aspecto, desafortunadamente nadie podía entender que mi mal radicara en ese punto, sin hacer extensivos sus síntomas, es decir, las hormigas que yo sentía se negaban a distribuirse o mudarse y mientras los pocos que sabían de mi mal dictaminaban anemia, presión alta, taquicardia y otros nombres actuales y me recomendaban todo tipo de remedios que no funcionaban yo por primera vez comencé a idear una solución definitiva y drástica para tan rara enfermedad, como anteriormente dije, no estaba acostumbrado a bendecir ni a maldecir la vida, un día se acabará eso es lo único cierto y la mía ya era más que molesta, la puntualidad de esos dolores nocturnos me intrigaba y hastiaba, no soy ni tengo porque fingir una fortaleza de la cual carezco, si aquello empeoraba no habría drama: hice los arreglos necesarios en una funeraria, escribí una carta e hice un testamento, todo ese papeleo bien acomodado y visible sobre un mueble en la sala, porque siempre he sido de la idea de que los vivos por ningún motivo deben cargar con los muertos, sobre todo si no merecen ser recordados con cariño y deshacerse de su cuerpo sin complicaciones.
Mi rutina continuó y los ataques nocturnos también, la siguiente etapa consistió ahora en extraños movimientos provenientes del interior de mi corazón que al parecer había dejado de ser asediado o bien se había encallecido con tanta picadura y se removía con pesadez; pero esos movimientos me inquietaban porque parecían deformarlo y cada uno dolía como si fuese mallugado desde dentro o comenzaran a brotarle muñones que luego se alargaron como tentáculos, y se enredaban con las arterias pero a pesar de estar mezcladas yo podía distinguir unas de otras, el solo imaginar el amasijo que se había formado me estremecía, era algo monstruoso, algo que nadie creería y amenazaba mi cordura, sin embargo la perspectiva de verme a merced de “eso” con enfermeros inyectándome calmantes y amordazándome para evitar que me hiciera daño era más aterradora, después de todo ya estaba preparado para terminar mi tormento cualquier noche; mi aspecto seguía siendo demacrado durante el día, pero no había perdido el apetito y físicamente lucía igual que siempre, la gente se había habituado a mis evasivas de convivencia así que estaba solo, lo cual agradecí sinceramente, las noches eran largas y dolorosas, no tanto físicamente como por el terror de saber mi órgano convertido en un fenómeno, como si de repente se hubiera formado un gemelo parásito que lo atacara, una versión del Dr Jenkill y Mr Hyde, al menos así me lo figuraba, porque esos tentáculos parecían disfrutar entorpeciendo su funcionamiento normal, apretando y punzando durante esas horas, de haber tenido ojos y boca hubiera podido ver su mirada diabólica y escuchar su risa macabra, o tal ve sí los tenía y por eso me lo imaginaba, y no es que mi corazón normal hubiera sido un dechado de virtudes, simplemente que todo lo maligno por algún motivo había decidido crecer desmesuradamente y acabar con su porcentaje de bondad tanto física como moral; en cierta forma lo que sucede con los psicópatas en su cerebro, sólo que esos notan la metamorfosis e incluso nacen sin tener que vivirla, siempre he pensado que en ellos el corazón es un órgano disfuncional, un mero aparato de regulación vital, de ahí su extraordinario potencial para maquinar planes e infligir torturas sin remordimientos en el transcurso; como fuera mi caso ya era extremo y debía actuar en consecuencia.
No quise comprar una pistola porque en mi ciudad era muy complicado conseguirla, tampoco quise beber nada porque dudaba que me garantizaran un efecto rápido ni quise recurrir al ahorcamiento por lo grotesco que se vería mi cuerpo, así que afilé cuidadosamente una daga larga que compré en cierta ocasión por su belleza, la sangre no importaba, esta noche me acostaría sobre un colchón sin resortes, esta noche extirparía al intruso aunque fuese lo último que hiciera, dejé la daga junto al colchón y me acosté a esperar; a eso de la medianoche sentí las primeras palpitaciones del parásito, estaba algo atrasado, como si adivinara mi plan, no por ello fue clemente, una punzada aguda, seguida de otra, uñas clavándose y rasgando al apresado, mi cuerpo se retorcía y sudaba, mis arterias estirándose violentamente, no gritaría, estaba habituado a amordazarme la boca, tal vez hubiera sido mejor idea cortarse las venas, pero yo quería ver el engendro causante de mis sufrimiento, así que aguanté, maldiciéndolo, dejando que atacara, al final la victoria era mía, tentáculos o ventosas, ya no sabía, el corazón original se hacía jirones y yo sólo tenía ojos para la daga que tomé con un súbito impulso y la coloqué justamente en el espacio sobre las costillas, una arremetida casi me hizo soltarla y en la primera oportunidad inhalé fuerte y la clavé con todas mis fuerzas, el dolor fue el más intenso que había sentido hasta entonces, pero no había terminado, no podía sentir alivio hasta que aquél intruso estuviera fuera de mi cuerpo, por eso, cuando me vi tirado y desmadejado cual muñeco de trapo y el torrente rojo manando imparable retiré la daga y procedía a abrirme la caja torácica para extraer de una vez por todas el parásito, no fue sencillo, debí despedazar no sé cuántos órganos en la faena, el muy desgraciado trataba de escabullirse, con mis últimas fuerzas y logré desprenderlo de un tirón y lo arrojé contra la pared, lo vi golpearse, caer y agitarse como cucaracha en un rincón, eso me hizo reír por primera vez, sus tentáculos se retorcían furiosos, sobresaliendo de entre ellos uno más largo a la altura de la arteria principal que se sacudía violentamente como una cola, al hacerlo salpicaba las paredes y el piso con su sangre oscura, mi risa se convirtió bien pronto en medio cuando los tentáculos se endurecieron hasta adquirir la forma de un escorpión que comenzó a acercarse a mi cuerpo, eso me puso frenético, había llegado demasiado lejos como para permitir que el parásito se alojara nuevamente en mi cuerpo, así que me levanté sosteniendo la daga mientras el parásito avanzaba tranquilamente, con la cola levantada y sus ojos malignos como brasas, era asqueroso y oscuro, parecía estar cubierto de hilillos ásperos, sus muñones bañados de sangre, de mi sangre y el sonido metálico que hacía al avanzar me daban náuseas, entonces, en un impulso que jamás tuve me arrojé sobre él intentando ensartarlo en la daga pero la esquivó, o acaso mi desesperación me hacía torpe, el parásito retrocedió e intentó clavarme su aguijón, retiré la mano y asesté otro golpe, fallando nuevamente, el enemigo se arrinconó como para preparar la embestida definitiva, yo volví a arremeter contra él, pero nuevamente me esquivó, brincando sobre mi, me hice a un lado a tiempo y logré tomarlo de la cola, pero su consistencia babosa me obligó a soltarlo con asco, lo cual aprovechó saltar e intentar penetrar de nuevo por el boquete que yo mismo me había hecho, abriéndolo más con sus tentáculos; eso sí que no, presa de furia le sujeté fuertemente la cola y le asesté repetidas puñaladas desgarrándome y agrandándome el boquete, emperrando el ya de por sí triste aspecto de mi cuerpo, pero ninguno de los dos podía detenerse y en poco tiempo él y mi pecho quedamos hechos una pulpa sanguinolenta e irreconocible, el parásito, aun así no desistía, escarbando y moviéndose, en una de esas tentativas quedó atrapado entre las costillas y logré por fin desprender lo que quedaba de él mientras atacaba inútilmente la daga que por fortuna era lo suficientemente larga para impedirle alcanzar mis manos, aproveché entonces para machacarlo, gozando con el sonido de su armadura a despedazarse, cuando por fin dejó de luchar, lo retiré todavía ensartado para observarlo mejor: laxo, reventado y con grumos carnosos tenía un aspecto repugnante, pero para mí no era suficiente, merecía quedar tan molido e irreconocible como mi cuerpo, así que lo embadurné con todo y daga en la pared, dibujando irregulares forma con aquélla pasta asquerosa, era una labor innecesaria y repulsiva, pero no me podía controlar, cuando del parásito y supongo que también el corazón apresado quedaron extendidos por toda la pared fue cuando me di cuenta del desastre: tal parecía que una criminal sádico había allanado mi casa solamente para ensañarse con mi cuerpo, pues en mi afán por atrapar al parásito descargué la daga infinidad de veces sobre él esparciendo retazos de carne y órganos sobre el colchón, las vísceras reventadas eran un macabro crucigrama y ya empezaban a atraer insectos, un gran charco rojo los rodeaba, empapando al colchón y salpicando las paredes, ya no había más que hacer, mi muerte saldría sin duda el revistas amarillistas causando pánico en la colonia, me dispuse a dejar la que había sido mi casa, eché una última ojeada a la pared con su macabro y amorfo estampado que fue el causante de mi locura, y entonces me percaté de que entre toda su inmundicia había algo diminuto que brillaba, me acerqué y con la punta de la daga lo separé cuidadosamente, lo coloqué en un vaso y me dirigí al lavabo para enjuagarlo, conforme se limpiaba el grano se hacía más brillante, “qué extraño”- pensé, definitivamente no era una perla ni un diamante, era demasiado pequeño para serlo, era simplemente un grano traslúcido y brillante, cuando lo hube limpiado suficiente me atrevía tomarlo entre mis dedos y colocarlo en mi palma, tal vez era todo lo que quedaba de mi corazón invadido y debía conservarlo, sin pensarlo mucho lo metí en mi boca, al principio lo sentí tan salado que estuve a punto de escupirlo, pero al moverlo con mi lengua poco a poco empezó a endulzarse, realmente estaba delicioso y a pesar de su tamaño pude paladearlo mucho tiempo antes de disolverse por completo.