Una dulce melodía resuena en mi cabeza,
la que silbabas esta mañana al salir de la casa,
esa que se mezcla con el olor de la cocina
y vuela hasta avisarte que ya es mediodía.
Se escucha el resoplar de los potrillos
y el tintinear de la campana diligente,
el golpe del hacha se acalla
y el pan en el horno se enternece.
Entonces el chirriar de la puerta desvencijada
y los pasos grandes sobre el piso barrido
un suspiro que no suspira de cansancio
sino para atrapar los aromas recocidos.
Se sienta mi hombre a la mesa
cara curtida de soles despiadados,
el rancho desborda vida en su presencia
y afuera un gallo canta despistado.
Me mira con sus ojos profundos
que hablan de firmeza y esperanza,
el guiso se sirve en la mesa
y me agradece las delicias preparadas.
El pan ya se parte en dos partes
y resuena la melodía encantada.