Procedente del reino del mar, amado por Poseidón y perdido entre aguas.
Su frágil y mítica apariencia de pez y caballo anda por marismas y pantanos.
Por las noches merodeaba en las escasas aguas mientras un fuego fatuo le susurraba.
“Destinado a la grandeza, has nacido para ser el regente y salvador de aguas estancadas”
El espíritu acuático congoja pues su deseo mandaba el anhelo al mar y servir a su amo.
Fausto, luminiscente y flotante, de llamas intensas y delicada y colores brillantes, emitía destellos que cautivaban la inocencia de Artenaides, con palabras ambiguas sobre esperanza que escondían ludibrio cada que aparecía ante él.
Pues el sabor mítico y la sensación épica de alimentarse de la energía de una criatura majestuosa, lo corrompían con tal fervor que su avaricia transmitía sonidos fantasmales.
La resignación y desdén de Artenaides, los pantanos y marismas, mantenían su melancolía y su débil y pequeña apariencia. La ambición de Fausto logro contenerse en paciencia para ver crecer el espíritu del Artenaides, atrayendo a más fuegos fatuos que anhelaban sin remordimiento el alimento que proviene de su sola existencia.
La luna por las noches escuchaba poco a poco el deseo del hipocampo, y aun cuando su cuerpo era débil, su deseo fue aún más fuerte, pues dormía en las lunas llenas y nuevas, exactamente cuando los fuegos fatuos se extinguían. No existía hechizo alguno que pudiera dañarlos, hasta que el deseo, la luna y la magia del rey del mar convergieron para hacer realidad aquello que parecía una ilusión dirigirá al fracaso.
Artenaides no era consciente de que la luna subiría las mareas, y mientas, los fuegos fatuos renacían y vigilaban que el bello hipocampo no escapara entre las lúnulas y gibosas lunares.
Una noche de alineación y conexión con el astro de claro de luz descubrió que, durante las lunas llenas, nuevas, e incluso cuartos, Fausto se extinguía con un misterioso conjuro impronunciable. La epifanía sobre como la luna lo protegía al dormir, no era que él estuviera acostumbrado a vivir con poca energía lunar al igual que fausto. Sino que su espíritu y deseo se hacían más fuertes en inconsciencia y al despertar solo tenía que ignorar las palabras de aquel fuego fatuo, pues no hay oscuridad durante el día ni las sombras de los árboles que puedan opacar su fuerza para crecer y brillar.
Los fuegos fatuos estremecieron pues las vibración fantasmales ya no atraían más embusteros, sino una tormenta con una marea colosal, y en aquella lúnula menguante, los fuegos fueron inundados con la magia de la luna, Poseidón y el corazón de Artenaides.
La desolada marisma fue convertida en un mar, pero entre la molestia y temor de Fausto, le causo una gracia soberbia al darse cuenta que aun así el hipocampo no escaparía.
Y con frenesí acumulado, emanaba la euforia que volvió un éxtasis de fe, la pasión de su triunfo y merecida libertad, provoco que Fausto y los fuegos se deleitaran con esa ilusión al ver que con tal brío Artenaides crecía con fuerza en una mágica y cósmica evolución.
“He de probar la bendición otorgada transmutando una belleza vacía y hostil en una belleza pura y de esperanza”
El hipocampo al madurar se retó a sí mismo para sentirse digno de llegar al reino prometido. Y extinguir a Fausto y los fuegos, como una señal de respeto, al conjurar la magia de su espíritu fue la prueba de Artenaides, pero la elegancia de su apariencia lo convenció de demostrar su energía, tal cual como lo haría un ser mitológico.
La feroz compasión consumió el mar que la luna había creado, y la marisma regreso.
La imponente gratitud y la osadía bondadosa, transformo los flotantes fuegos fatuos en un acto de indignación por manipular su espíritu, a unas deslumbrantes flores de loto, regalándole a la marisma una flora armoniosa en nostalgia por la lección vivida.
Recordando que ahí yace la esperanza y sabiduría, donde nació su fe y fuerza para regresar al mar con Poseidón.