Encontré allá una blanca rosa
de pálidos pétalos;
no hay más luz que la de su
inmaculada pureza;
ni días más azules que los de
su eterno verano.
Todo era belleza ante mis ojos
cautivos de su fulgor;
no hay más alegría que las de
sus doradas mañanas;
ni armonía más fina que la de
su dulce inocencia.
Quizás deba alejarme de ella,
¿acaso soy digno de poseerla?
si conmigo solo traigo la noche
y atravieso los destellos del sol
con el puñal de mi amor.