Te entregas a la tierra
y no eres de nadie. Quizás
promesa de viento y aire
que, un día, voló lejos,
hacia fuentes innombrables.
Las espigas milagrosas
ofrecen su calor mineral,
sobre la siesta; son de alabastro
las manos incendiadas entre
los pinares. Tu infancia, secreto
a voces, circula contra el mundo,
asestando golpes como blancos
túmulos; eso fuiste, raíz escondida
en el tiempo fugitivo.
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