Ya sale el sol por el Oriente,
y María llega al sepulcro
con los primeros rayos del sol naciente.
Lo han enterrado en un huerto cuidado
por un hortelano,
que se pasea por allí demasiado temprano.
Una figura confusa,
que se desdibuja
tras un visillo de lágrimas.
Caen los frascos de las manos,
y aroma el aire el perfume a nardo:
Judas no está presente para reprochar
trescientos denarios desperdiciados.
El perfume para embalsamar
a un muerto, se convierte
en ofrenda para Cristo viviente:
¡Resucitado!
Noli me tangere!
¡No quieras retenerme!
Se alborota la alborada,
con vibrantes trinos de felices aves,
y una palabra…
un nombre vibra musicalmente
entre dos pasiones:
una voz apasionada te llama “María”,
y un corazón apasionado
reconoce al amado.
¡No quieras retenerme, María!
¡No pretendas anticiparte!
Regresa, y conviértete
en apóstol de los apóstoles
para indicarles dónde deben encontrarme
pues están tristes y desorientados:
los llamarás y vendrán corriendo
aunque Pedro tarde un poco,
aunque Juan deba aguardar un instante.
Los espero en Galilea,
como espero siempre:
espero hijos pródigos,
aguardo jóvenes ricos, que me dejan esperando,
y a apóstoles que corren a buscarme:
aún no es momento de subir al Padre.