El beso que el labio dio a la floresta
hizo el quídam llanto y al ego fiesta.
La boca tan próvida estaba airada
y al gran contacto dijo: —¡Oh enamorada...
que este beso engulla once corazones,
Petrarca y su verso, Ovidio y sus dones.
Y la mujer pinte el labio al exceso,
mientras se acabe en un gélido beso!
Dale al alma gozo, gozo infinito;
soporífero, vetusto e inaudito.
La floresta embulle el ardor supremo,
mientras labio y beso van al extremo.
Y no es decir que el fuego se hizo rayo.
A un lado Pidal y al otro, Pelayo
hacen del amor, Divina criatura.
¡Y es ufano el pámfil y la locura!
La que nos ausculta ¡oh Virgen, señora
el cutis tan excelso, ahora, ahora...
Dile al desliz el nombre del orgullo
y del sueño,... ¡dile que me aturrullo!
Sin ella, ya no sé vivir, señora.
Mi alma la extraña y mi labio la adora.
Un vacío es el hombre sin su amada;
se va en luz todo, ¡todo se va en nada!
Samuel Dixon