Conozco demasiados cuerpos y pocas almas,
he naufragado en mares donde no quise ahogarme,
bebo del singular vino macerado con ajenjo de lágrimas;
no hallo más pieles tersas para poder de noche calentarme.
He vivido el querer con los atributos pasionales del pecado de las carnes,
siempre entre las bacanales y la risa loca del opaco mundo del placer;
como cuerpo sin alma he llamado por amor a ídolos temporales y llorones,
puse los restos de la fe eterna en unas horas teñidas por el desesperado tener.
Y aquí estoy, solitario enamorado de todo lo abstracto y de nada en concreto,
caballero que vaga errante con la gloria a su clareado alba y la miseria en el alma;
vagabundo con virtudes de poeta, voz de ángel caído y añoranzas del desterrado
de ese eterno y dulce Edén merecido por Dante y anunciado por voz de los profetas.
Aquí me hallo ante las puertas del olvido, en el extramuros de la santa ciudad de cuatro letras,
sin calzado, humillado como el emperador implorando asilo en penitencia a puertas de Canossa,
rogando que el día donde el amor vuelva a calmar la tempestad de mi alma y avivar mis sentidos
quien me ame encuentre en los recintos, aún nuevos de mi corazón, algo mas que esperanzas y nostalgias.