Alberto Escobar

No me apetece matarte

 

La fuerza de lo que nace
lo que renace la desea. 

—Cita a proposito de una mujer que viene 
y otra que se va yendo...

 

 

 

De fondo suena Satie.
Me envuelve el terciopelo
de sus notas, lentas, suaves
como el roce ocasional
de un satén que cae, 
llena de un perfume infantil,
recién lavado, de un jabón
que se deja sentir en el ambiente.
Satie me traslada a ti, 
al misterio de un amor que nace
cuando otro muere, y este que muere
nutre al que nace como la mantis
religiosa se sustancia del padre del retoño
que viene.
Siento cómo tu aroma penetra 
mi recuerdo, esos momentos juntos,
que hoy son solo fotos de un álbum 
verde visitado a menudo por el polvo. 
De Satie paso a la profundidad de un violín.
Sus cuerdas, alentadas por un arco triunfal,
diseñan pájaros en el aire que se escapan
por la ventana en busca de un horizonte.
De entre las notas que me llegan al oído
te me cuelas tú, y tu capacidad extraordinaria
para aceptar las críticas, aún su desmesura. 
Ahora estoy haciendo balance de ti.
Trazo en un papel dos columnas, una verde,
donde colocaré las virtudes, y otra roja donde
los defectos.
Termino de valorarte y el resultado es positivo
con creces, conclusión: Quiero que sigas en mi vida.
De la intensidad del violín paso a la profundidad
transgresora de un piano que parece llorar.
Ante el río de notas que desciende la ladera
oeste de mi dolor no puedo más que dejarme sentir. 
Las espinas de sus arpegios se me clavan cual dardos
emponzoñados de curare —y voy pereciendo...
Me agarro con fuerza a tu grandeza para no caer
al fondo del abismo —el asidero del deseo es débil ya.
Apago la música y cierro el poema. 
Quiero que sigas, no me apetece matarte...