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Ayer me morĂ­.

Eran las 12:45 a.m cuando morí por primera vez. Tenía la piel de gallina justo antes de dejar de respirar, simplemente dejar de vivir. Morir es como un sueño, solo que es más real que los sueños, o al menos así lo fue para mí. Recuerdo que aquella noche fue la única en toda mi corta vida que al acostarme no había pensado en nada ni en nadie, solo cerré mis ojos y morí. Desperté como si estuviera tirado en el suelo, cuando en realidad no lo estaba, sentía como las yemas de mis dedos tocaban el suelo cuando la verdad era que no lo tocaban, ni siquiera tenía mis dedos. Podía ver con mis ojos, pero ellos flotaban, no estaban en mi cuerpo, solo veía y solo eso. Donde estaba lo puedo describir como un cuarto oscuro pero no del todo, en sus paredes o lo que fuera estaban las pequeñas luces redondas u ovaladas que forman las persianas cuando las dejamos entre abiertas y la luz entra por ellas. El cuarto era alto o eso parecía y estaba lleno de estas luces. Cada tanto una bola de luz se mezclaba entre las pequeñas lucecitas y me cegaba los ojos, pero sin lastimarme, y luego desaparecía. Me pare, mire hacia abajo y mis pies no estaban allí, ni mis piernas ni mi torso, no tenia cuerpo. Sentía que estaba parado, pero no lo estaba, sentía sin tener mi cuerpo, era pura oscuridad y luces redondas y ovaladas por todos lados, pero yo estaba parado, estaba de pie y veía y sentía. Por momentos, tenía la sensación de tener hormigas como cuando se nos duerme un pie o mano, pero esta vez era por todos lados, sin ser molesta, esa sensación, estaba siempre. El lugar era cálido y no había nada de viento. Un silencio envolvente me acompañaba, jamás había escuchado tan profunda y clara mi respiración, nunca había estado verdaderamente tan… solo, pero sin dudas era placentero.
Ya que no veía ningún tipo de señal, decidí caminar. Cuando di mi primer paso, el lugar se agrando miles de veces, esta vez era infinitamente enorme. Mis pies parecía que apoyaban sobre una plataforma con clavos o pequeñas agujas, sin dañarme en lo absoluto, sentía pinchazos pero sin dolor. Seguí y el escenario era el mismo, las mismas luces y sensaciones. No sé cuanto camine durante la vida, pero sin dudas de muerto había caminado mucho más. No estaba cansado y eso me parecía extraño, pero lo más raro era que tenia muchísima sed, si se cruzara un río en mi camino me lo bebería con sus peces y todo, pensé. Sin embargo eso no me detuvo, y seguí caminando. Camine sin parar a pesar de la sed que tenia. Por momentos sentía un gran peso en la espalda y puntadas en el pecho, es extraño pero en ningún momento sentí dolor. Para los que se preguntan si la muerte es dolorosa, yo les contesto que no, la muerte no duele. Cuando morís y durante la muerte, el dolor no existe.
Nunca me había sentido de esta manera y drogas jamás las había probado. Estaba muerto. Me había muerto y lo sentía. Estoy muerto, me decía, estoy muerto de verdad. Y no había nada que podía hacer al respecto, salvo experimentar la muerte. Quería respuestas y alguien tenía que dármelas. Me detuve, deje de caminar. Todo se paro, como si fuese un video en el que alguien pone pausa, y esta vez la oscuridad era el principal protagonista, y mi respiración acompañaba. Como a diez metros de mi una puerta horizontal se abrió, la puerta era gigante y larga, es difícil de explicar lo que vi. Era algo como un rectángulo blanco. En ningún momento el miedo apareció, estaba muerto y eso era grandioso. Espere, y seguí esperando. Espere mucho. Tiempo era lo que más tenia, y esperar no significaba nada.
Risas, alguien se reía. Pero quien se podría reír, me pregunte. Las risas venían de la puerta. Algo se asomaba esta vez por el rectángulo.
-¿Un medico?
-Era un medico. Por aquella puerta se asomaba un hombre canoso, con bata y camisa blanca, corbata negra y una sonrisa de oreja a oreja.
-Atravesando la puerta, muy cuidadosamente, este hombre me dijo:
- Eres muy gracioso. Riéndose.
- ¿Quien es usted? Pregunte con tono amenazante.
-¿Y tu quien eres? Respondió en forma de pregunta.
Más de una vez en la vida me había quedado sin respuestas. Pero nunca sin palabras. No sabía que decir. La realidad era que no tenía nada que decir. No había respuesta a esa pregunta. Así que, retome la conversación y dije:
- Que es lo que le causa tanta gracia, señor doctor. A lo que respondió.
- Tú, tú me causas mucha gracia. Veras, desde que llegaste lo único que has hecho es quejarte de los dolores que tú mismo te has causado. Te pinchan los pies, deberías saber que las mentiras pinchan. Te duele la espalda… nunca nadie te dijo que los problemas que no resolvemos los cargamos para siempre… e incluso en la muerte siguen estando. Tienes sed, y no has caminado. Siempre estuviste en el mismo lugar. Dime, ¿cuánta agua has bebido? ¿Cuantas cosas callaste? ¿Cuantas cosas que deberías haber dicho, no las dijiste? Te duele el pecho… no soy muy bueno con los sentimientos, pero se algo sobre ellos, no sirven si están guardados. Deberías saber también que el lugar es cálido generalmente para las personas que han sido algo frías como tú. Y que el hormigueo en todo el cuerpo es producto de los momentos que desperdiciaste, esos momentos que te ponen la piel de gallina, que te dejan sin aliento. Se te han presentado muchos y no los viviste como deberías haberlo hecho.
Luego de que el doctor me explicara lo que pensé que sabía, me sentía muy pequeño. Lo cierto es que nunca nadie me había dicho la verdad. Y un anciano lo acababa de ser. Estaba parado allí. Estaba muerto, hablando con un doctor. Y no entendía por qué. Cuando uno muere, espera que pasen cosas- me dijo el doctor- Uno espera que le pasen cosas que en la vida no pasan, sin embargo uno es en la muerte lo que fue en vida, por lo tanto uno es en la vida lo que fue en su anterior muerte.
Somos siempre los mismos, a no ser que durante la vida tengamos el coraje o la necesidad de producir algún cambio. Siempre me pregunte durante la vida- y seguramente ustedes también- que era la muerte, que pasaba después. Lo gracioso es que no es la primera vez que morimos y no es la última vez que lo vamos a hacer. Vamos a morir y vivir, vamos a vivir y morir, una y otra vez para siempre.
Esta madrugada moriste por decima cuarta vez- agrego el doctor. Ya me visitaste catorce veces contando esta oportunidad. Pero en aquellos otros encuentros yo no era el mismo. Era otro. Porque en ese momento tú necesitabas a otro. Por alguna razon, esta vez elegiste un medico.
Sin vacilar, pregunte- ¿Y por que morí esta madrugada?
A lo que el doctor me respondió- Moriste para poder vivir otra vez.