Romey

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Y los demonios profundamente surcando cielos espesos bajo el barrizal de lo común, lo tal que, contagiado gracias a inercias ineludibles, funciona como una gana última, subtituyendo la pesadez sucia de las urbes adoquinadas, donde el asfalto debiera parecer lava siendo solo polvo fugaz, una molestia efímera en el ojo central de un buda que soñando sus vigilias va estirando el hilo invisible para explicar exitosamente el absurdo de esta existencia sacra, mientras la Luna se ha puesto de perfil haciendo relampaguear un pendiente reluciente, pero eya, mi querida venusina, guerrera en eterna tregua, fuma las cenizas de días y centeyas, con su partida lanza hundida en la irrealidad de las lágrimas, esperando quizás la yuvia futura, o tambien un viento que sacuda las vestiduras viejas, y el rayo invocado, la suficiencia de la respuesta final, jamas prometida, que, entonces temprano aquí, fecunde la imaginación de quienes mal se creen miserables mortales sin casi ni aire para cantar, epifanías ante mirada visionaria, teorizando otra vez y otra mas, hasta el paroxismo de la sed, en el mismo líquido desierto en el que se desvanece cualquier miedo y se puede experimentar plenamente la virtud intrínseca al presente absoluto continuamente regresando al momento de despues, cuando quedar igualadas diferencias multitudinarias, estreyas y aguas, en una universal y diversa fragancia amada: la música del alma

 

-Así cuéntales la leyenda del insecto que se convirtió en mundo, la fábula del pez que fue pensado océano, la risa hermosa de la triste roca que quería fluir como el río. Descríbeles la lúcida oscuridad de la creación pionera, y el rostro tranquilo del yo impersonal e incorpóreo, la piadosa furia de las flores manciyadas, la perfecta beatitud del rocío, la extrema sensibilidad del fuego, o nada, el mañana verídico y todavía improbable, la sucesión de los seres fantásticos, todos versículos víctima de alguna inundación pasada...