De pronto, se me hace un hueco profundo en el epicentro del alma. Y ese pedazo que no siento, lo miro perderse en lo alto del firmamento y en el eje del corazón. En ese instante de inmensa tristeza que no puedo remediar, un bagaje de ideas convertidas en letras se baraja como orla misteriosa ante la luz de mis pupilas.
El día o la noche se acomoda de tal manera, que los rayos luminosos del sol o la luna que caen a la tierra sacuden la conciencia en su fibra más secreta.
Un nuevo sueño me circunda entera y sigilosa me acerco a la magia del espejo. Hablo conmigo una y otra vez, queriendo entender el destino que guiará mi pluma. Creo romper la monotonía acomodando las ideas de otra manera, pero no, se ha dictado con antelación las notas que moverán el tinglado.
De frente, rostros que pasan una y otra vez en el pincel de la memoria, desde aquel que se quedó anclado en la penumbra de la espera, hasta el nítido retrato que se niega a envejecer. Pero ahora, una carta con letra cursiva muy hermosa que jamás entregué da vueltas entre mis dedos, una y otra vez.
Sola, bebo, una vez más, el cáliz sacro de la melancolía. Ese que no se bebe de sorbo en sorbo, sino aquel, que gota a gota, quema la lengua y taladra la existencia.
Imagen: Créditos a su creador.
Luz Marina Méndez Carrillo/11/04/2023/ Derechos de autora reservados.