Miguel Ángel Miguélez

Junto a tu boca

     
 
 
 
 
 
 
 
 
      Por la vereda,
junto a tu boca,
suave la seda
casi te toca.
 
 
Hiel en la miel,
que entre los dedos,
surca la piel
de los viñedos.
 
 
Miro tus ojos
miras los míos,
lluvia en dos ríos,
tierra de hinojos.
 
 
Tras el espejo
de noche y luna
surge un reflejo
que te importuna
 
 
con aparejo
de sed y hambruna.
Muerdes mi hollejo,
negra aceituna.
 
 
Viven la muerte,
tus labios tanto
que, por su suerte,
libre les canto,
 
 
débil o fuerte
bajo su manto,
ciego de verte
sin más quebranto,
 
 
sin oponerte
al sordo llanto
pues, por tenerte,
todo lo aguanto.
 
 
Entona el viento
otra cadencia
del sentimiento
que la paciencia
 
 
dejó prendido
sobre las flores,
cáliz y nido
de los amores.
 
 
Polen vencido
que quiebra el arpa
con su sonido
de áurea carpa
 
 
que, en tus cabellos,
es la fragancia
de los destellos
que el alma escancia
 
 
al corazón,
que se hizo abismo
de la razón
tras el seísmo
 
 
de la pasión
que, en su mutismo,
sonó a prisión
del cielo mismo.
 
 
Hasta que, al fin,
se acerque la hora
y tu jazmín,
que me devora,
 
 
trence el carmín,
gasa sonora,
de tu confín
rojo de aurora
 
 
que me acaricia,
como si fuera
nueva primicia
de primavera
 
 
libre de dueño.
Fuego imprudente,
sella mi sueño
tu beso ardiente.
 
 
Pronto despierto,
sigues aquí,
he descubierto
que vivo en ti
 
 
igual que muero
día tras día,
porque te quiero,
sin utopía,
 
 
más que a mi vida
que, en el tintero
y sin medida,
vierte un reguero.
 
 
Sangre que mana
por las arterias
y, en la ventana,
crea miserias
 
 
por no encontrar
esa esperanza,
que pido al mar,
que olas me lanza.
 
 
Y, entre su espuma,
ya suspendido,
vuela mi pluma
muda de olvido.