Lourdes Aguilar

LA VOZ DE LA SELVA

   El sol de junio caía implacable como queriendo absorber la ya reseca superficie, los caballos y el elefante, apenas protegidos por la lona que servía de cobertizo improvisado respiraban pesadamente espantando las moscas.

   -Éste es el peor lugar en donde nos detenemos-dijo uno de los caballos.

   -Esto no es nada -contestó el elefante- donde yo vivía era necesario caminar grandes distancias bajo un sol abrasador para encontrar la ribera de un río, aún así ¡cómo extraño esas caminatas!

   -¡Bah! Tu y tus nostalgias, ya deberías estar acostumbrado al circo.

   -Quien haya conocido la libertad difícilmente se adapta al cautiverio, a mí lo único que me queda es recordar ¿qué más puedo hacer si el ya no podré volver?

   -Eres un payaso- rugió el tigre desde su jaula- más payaso que el tipo de la cara pintada cuando hace el ridículo para que la gente ría, si fueras como yo también tendrían que encerrarte ¿de qué te sirve la vida si te consumes en recuerdos? Mírame, a pesar de que he vivido aquí desde cachorro y fui tratado como juguete para hacer dinero con mis fotos, de que me cortaron las garras y me encerraron apenas crecí, ellos saben que mis rugidos son de protesta y tengo suficiente energía como para vencer a más de uno, ésos son mis recuerdos, pero sé que no pertenezco a éste patético lugar, que mi ambiente es como el tuyo, de horizontes infinitos; éstos caballos no lo entienden –agregó mirándolos con desprecio- porque desde tiempos ancestrales mantienen complicidad con los hombres, lo mismo les da un circo, un establo o un campo de batalla, en cambio ni tú ni yo hemos hecho pacto con él, al contrario nos ha perseguido por el simple gusto de sentirse superior.

   -Pero tigre, ¿de qué sirve protestar y rebelarse si una vez fuera no sobreviviríamos?

¿en dónde escondernos?¿cómo alimentarnos? ¿No es lo mismo doblegarse y esperar que estar presos y protestar?

   -Sólo los esclavos se doblegan, eres débil, amigo elefante, débil y cobarde.

   -¿No lo eres tú también, amigo tigre, encerrado en esa jaula y obedeciendo el látigo?

   El tigre lanzó un gran rugido, sin armas y solo, su propia impotencia le daba rabia.

   Sucedió un domingo, durante la última función del día y después de la actuación de los caballos que el elefante se negó a salir al escenario por más que el domador le golpeaba y golpeaba con una vara.

  -¿Qué te pasa?-le preguntaron los caballos al pasar

  -No me siento bien, estoy mareado, el bochorno del día y los reflectores de la noche me hacen daño.

  -Parecías demasiado grande y fuerte para enfermarte-opinó otro de los caballos mientras la vara del domador seguía rebotando en la gruesa piel

  -El tigre tiene razón, éste no es mi mundo, tarde o temprano me agotaría.

  El domador dejó de golpear al elefante y pidió que prepararan las rejas para sacar al tigre en su lugar; cuando acercaron la jaula, la fiera oyó los lamentos de los caballos y, enojado como siempre les gritó:

   -¿Qué lloran bobos?

   -El elefante, se está muriendo.

   -Eso no es motivo de dolor, al contrario, tristeza debió darles mientras lo veían encadenado, es simplemente la selva quien lo reclama.

   -¿La selva?- preguntó sorprendido otro de los caballos.

   -Ustedes no lo entienden, es la necesidad de cortar ramas para comer, de revolcarse en la tierra, de bañarse en el río, necesita insectos para espantarlos con sus orejas y de una manada para convivir, nada de eso hay en un circo.

    A la orden de uno de los mozos, la jaula fue introducida lentamente al escenario, sin embargo el tigre sentía una especie de angustia y a pesar de que los primeros números transcurrieron normalmente no podía alejar de su pensamiento que el único animal que lo comprendía estaba agonizando por culpa de los hombres, oyó el chasquido del látigo y recordó lo mucho que criticó a su amigo su debilidad y mansedumbre ante ellos, débil era una palabra que no podía soportar, él, hermoso y fuerte había sido reducido a una caricatura para entretener a toda esa multitud de débiles que le observaban seguros detrás de las rejas “¿no lo eres tú también, amigo tigre, encerado en esa jaula y obedeciendo al látigo?” Sintió deseos de brincar sobre ellos y desgarrarlos con sus colmillos, sentir palpitar sus venas y verlas regar sangre en abundancia, vengar de alguna manera tantos años de encierro; al oír de nuevo el chasquido del látigo exigiendo obediencia rugió amenazador hacia el domador, éste se sorprendió, pero confiado  volvió a repetir su orden con otro latigazo más fuerte, lo que provocó que el tigre se le abalanzara, buscando su cuello para morderlo y desgarrarlo inútilmente con sus patas carentes de garras; la gente gritó horrorizada mientras el dueño corría para traer una pistola y de tres balazos sacrificó al tigre, los mozos se apresuraron a limpiar y sacar el cuerpo inerte de la fiera que pasó junto al grupo de caballos todavía reunidos en torno al elefante, entonces empezaron a murmurar y preguntarse qué habría sucedido, el elefante, ya en sus últimos momentos les dijo:

    -Simplemente dejó que su naturaleza prevaleciera, así terminan los valientes cuando descubren de lo que son capaces y actúan: una vez que ya nada los detiene son traicionados.

    Unos caballos sollozaban, otros se miraban entre sí, sacudiendo la cabeza, después de todo ellos no oían la voz de la selva ¿cómo iban a entender?