Mientras la inocencia en tu vida,
se erguía solemne junto a otras,
cuánta naturalidad en ella! Qué
de gestos, distintos y esbeltos,
poseía, todavía hoja no humillada
por el peso hostil del mundo.
Con qué ojos, prohibidos ahora,
mirabas el esplendor de otros cuerpos,
su belleza, su anatomía, la perfección
de sus líneas, remotamente soñados
y admirados. Mas, desaparecida
la candidez, resta la pulcritud, y toda
su extrañeza, y toda su estupidez.
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