Alberto Escobar

In crescendo...

 

Quizá las nubes sean mías,
no del cielo.

—eso pensé cuando pensé en ella. 

 

 

 

La botella está medio vacía,
me detengo en una mota de polvo,
insulta la generalidad blanca
de la sábana, te vas yendo. 
Soy imperfecto, soy un dios dañado
por el uso, un dios que vive abajo,
padeciendo, corona de espinas.
Tus cosas todavía están aquí.
¿Eres tú acaso perfecta?
Si tu respuesta fuera sí debo irme,
coger mis bártulos y con mi música
a otra parte; si fuera no, ya somos dos. 
Sigo pendiente del móvil, de que te dignes
a teclear palabras dirigidas a mí
y que un sonido sordo inunde el aire  
advirtiendo tu presencia. 
Olvidar no es fácil, es arar cada día
en el mar, es subir una piedra inútil a la cima.
dos cosas —las apunto en la agenda del móvil
para que no se me olviden— : una, que debo
caminar a partir de ahora más ligero de equipaje;
el peso de tu recuerdo me tuerce las rodillas
y me dificulta el paso; dos, que debo desprenderme
del hechizo que me causó tu mirada;
solo necesito practicar una pequeña incisión,
extirpar el tumor que tu existencia me ha producido
y así preservarme, estar listo para seguir andando.
El resto, que eres tú, decido guardarlo. 
Dejo la puerta abierta a la incertidumbre,
que la vida opere a sus anchas —que es lo suyo—,
sin impedimentos ni impedimentas, sin tapujos. 
¿A qué venía todo esto? Voy a retomar el hilo
del discurso remontándome al inicio —a ver si puedo
salvar los muebles... Sí, lo de la botella medio vacía.
Ahora que lo pienso, mientras escribo, diría que 
empiezo a verla medio llena, me sigues ocupando
la mente porque han sido tres meses —hoy precisamente
se cumplen tres meses— los que te llevo a ti como
ocupa de mis neuronas y mis miocardios, y, aunque
donde hubo fuego quedan rescoldos, el silencio debe
hacerse con el aire de mi estancia, relegándote a un cajón
de mi mesita de noche para cuando, en la quietud
de lo oscuro, venga tu recuerdo y con solo estirar el brazo
pueda darte alcance e imaginar que te hablo, que me hablas,
que te sigo teniendo a un click de este precipicio. 
He pretendido contigo tocar la luna dando un salto, ilusión,
utopía improbable, con todas mis fuerzas sí, desde la lejanía
de un suelo yermo, que bebe el agua que le llega con el anhelo
del mendigo, y que se seca nada más toca la superficie. 
Sí, no soy perfecto, ya lo sé, pero lo peor es no ser suficiente.
Soy como un paquete que llega al destinatario después
de una expedición con incidencias, en la que el conductor
de la furgoneta no ha estibado debidamente la carga y esta,
ante el traqueteo que conlleva la carretera, ha ido bailando
hasta romperse una esquina de su virginidad, un rasguño. 
Presento, incluso visibles, algunas taras que levantan
las miradas irremisiblemente, condenando al resto
al ostracismo, a la ignorancia, a la desconsideración más absoluta.
Prometo que he querido hacer un poema pero los dedos
no me hacen caso, no quieren ceñirse a la parquedad que significa
escribir, medir, contenerse, ser escaso en palabras cuando sus
falanges tienen ganas de solazarse y expresar con toda libertad
lo que sienten en este momento, como un perro que espera
ansioso a su dueño y cuando llega, correa en mano, lo baja a hacer
sus necesidades y vibra de libertad aunque solo sea la eternidad
incesante de un instante, una libertad que brilla por su ausencia. 
El domingo prometo contenerme, prometo que seré poemático,
todo lo que pueda —es evidente que mi tendencia natural
es a la verborrea, y este vocablo casa mal con la poesía... 
P.D. De hecho, si miran cómo empiezo, observarán que la extensión
de los versículos va in crescendo, prueba de que mi intención era otra.