Soy un mecánico aviador y de los buenos, el aire es mi elemento, cuando estoy en tierra soy muy diferente a cuando vuelo, en tierra soy un ciudadano común: sigo formalismos, gozo a mi familia, río y me enojo sin extremos, pero cuando vuelo vivo plenamente, mirar abajo mientras lo hago me produce un placer indescriptible, en el vacío olvido mi naturaleza humana, allí soy amo y señor, los aeroplanos son mis juguetes y extensiones de mi cuerpo al grado de sentir incluso hasta el último de sus tornillos, mis manos son diestras con los controles y mi mente traza sus propias rutas, sí, soy audaz y osado en mis vuelos y lo disfruto…pero en una ocasión sentí miedo, en una ocasión fui arrogante y cometí una imprudencia que costó la vida de mi copiloto, debí hacerle caso, pero como los ebrios me sentí poderoso e invencible durante aquél viaje al Brasil. Sobrevolábamos la extensa vegetación del Amazonas, impenetrable, maravillosa que me hechizaba y no escuché sus advertencias… me embriagó el verdor exuberante, la gran serpiente de agua que lo recorría, su superficie irregular ¿por qué, después de tantas horas de vuelo tuve ese ridículo impulso de querer rozar las copas de sus árboles a sabiendas del peligro? Fui estúpido y por ello perdí no solo a un copiloto, Rogelio fue mi mentor y compañero de aventuras durante mucho tiempo; así fue, yo me sentía el Dios de los cielos y mi osadía no tardó en castigarse…sentí ramas arañando la panza del aeroplano, enredando el tren de aterrizaje, evitando que me elevara, tratando de engullirme, lo demás fue demasiado rápido, creo que empezamos a dar giros, mi destreza fue inútil, luces se entremezclaban con un verde oscuro, no sé en qué momento salí disparado como muñeco, a seguir siendo golpeado por ramas y follaje hasta caer pesadamente en algún punto, luego la oscuridad y escándalo que se desvanecían mientras caía en la inconsciencia.
Abrir los ojos adolorido era de esperarse, lo impresionante fue el sueño anterior: yo estaba en algún punto desconocido de la selva, era de noche, el ruido era ensordecedor, yo corría aterrado hacia ningún lugar, las ramas me rasguñaban, los insectos me picaban, había miles de ojos fijos en mi carrera, pero no duré mucho, el terreno era disparejo y me tropecé con una rama, caí partiéndome los labios, veía la sangre salir de ellos tan abundantemente que se empezó a formar un riachuelo rojo, yo lo veía correr, hasta que sentí un estremecimiento y levanté la vista: frente a mí tenía un gran jaguar, sus ojos brillaban en la oscuridad, tenía las fauces abiertas y parecía estar a punto de saltar sobre mí y clavarme sus colmillos, en esos momentos desperté; pero no era de noche, la claridad del sol a través del follaje alumbraba mi desgracia: sólo selva, ruidos de animales y un poco más allá, recostando su espalda en un árbol había un hombre, un aborigen que miraba despreocupado las copas, mi cuerpo estaba lleno de heridas y golpes por lo que no tenía fuerzas para llamar su atención aunque no fue necesario pues el hombre no parecía tener intenciones de alejarse, intenté arrastrarme, todo yo era un guiñapo y pensé que si había de morir por la lanza de un salvaje por lo menos terminaría mi sufrimiento pero él ni se inmutó, el esfuerzo me agotó sin lograr avanzar un centímetro, intenté hacer señas, era claro que me había escuchado pero no se dignaba mirare, permanecía con la cabeza baja, la volteaba hacia otro lado o cerraba los ojos, ciertamente no esperaba que me entendiera, pero era el único ser humano que había y si no me tomaba por presa podría ayudarme a llegar a una aldea y así regresar a la civilización, el hombre era moreno, su cuerpo completamente desnudo y lleno de pecas, no usaba ningún tipo de adorno, ningún tatuaje o pintura visibles, ni siquiera portaba una lanza o cuchillo, después de un rato se levantó y sin decir una palabra se alejó, yo presa de pánico intenté erguirme pero me desmayé. Entre sueños caí en un sopor donde escuchaba los ruidos de la selva, pero también voces humanas, sentí que me arrastraban y luego me acomodaban sobre el lomo de algún animal, recordé mi niñez, cuando acostumbraba desbaratar mis juguetes para descubrir cómo estaban armados, mi continuo trepar a los árboles con el único fin de estar lejos del suelo, qué diferentes eran ésos árboles: frondosos, silenciosos, sin espinas, a veces llenos de frutos…
Cuando recobré el conocimiento me vi en la orilla de un arroyo, junto a mí habían unos cuantos frutos que no pude clasificar pero era obvio que el aborigen los había conseguido para mí, mi cuerpo estaba embadurnado con alguna especie de pasta medicinal que paliaban el dolor de mi cuerpo, no sabía cuánto tiempo había transcurrido, él estaba solo y cómodamente sentado sobre una rama a cierta altura del piso, comenzaba a oscurecer, el agua era amarillenta, pero no estaba en condiciones de exigir así que comencé a beber lentamente, no me refrescó pues el calor era agobiante , pero al menos la fruta me ayudó a recuperar fuerzas, le hablé al aborigen para agradecerle pero no se dignó mirarme y, solamente movió la cabeza asintiendo, dudé entre acercarme o dejarlo en su rama, pues al parecer no le agradaba mi compañía, después de todo el mundo civilizado representado por mí solamente traía destrucción a sus comunidades, tal vez yo le inspiraba el mismo miedo y desconfianza que él a mí, sin embargo sentí la necesidad de hablar aunque fuera para no sentirme tan triste, así que me acerqué a rastras y me acomodé junto al árbol, justo debajo de él y e inicié un monólogo: le dije mi nombre, mi profesión, le conté de mi aeroplano, de mi compañero desaparecido, mi accidente, mi temor de no salir con vida, le hablé de mi familia, mi querida esposa, mi pequeño hijo, de lo preocupados que estarían y al hacerlo terminé llorando estrepitosamente; los insectos se me pegaban a la piel y temía que algún animal venenoso se me acercara, pero nada me atacó y poco a poco me fui quedando dormido otra vez.
Cuando desperté, el aborigen estaba parado junto a mi e hizo señas para que lo siguiera, debo confesar que no acostumbro leer ni ver programas que me ilustraran acerca de la vida en la selva o de cómo sobrevivir, por eso estaba tan espantado, veía al aborigen como un animal igual de peligroso que los demás pero era lo único semejante a mí y conocía la selva así que no dudé en hacerlo, sin embargo estaba lastimado y débil por lo que mis pasos eran torpes y vacilantes mientras mi guía se movía con agilidad en la espesura; de trecho en trecho subía con pasmosa agilidad a los árboles y bajaba entregándome algún fruto que yo no dudaba en devorar, cada vez que intentaba agradecerle y mirarlo a los ojos, él me esquivaba, yo jadeaba con cada paso, me sentía sucio y torpe y en algún momento volví a caer inconsciente.
Soñé que mi esposa me abrazaba, que mi hijo reía, soñé que visitábamos un zoológico y que los animales ahí me miraban unos con tristeza, otros con enojo a través de las rejas, luego los oía gritarme, todos me gritaban: los pájaros, los leones, las serpientes, los elefantes, los monos, todos los animales del zoológico me gritaban azotando las rejas pero sólo yo los oía, mi mujer, mi hijo y los demás visitantes no escuchaban nada, los gritos de los animales me lastimaban los oídos y llegó un momento en que no lo soporté, los oprimí fuertemente con las manos y corrí hacia la salida, nadie me hizo caso, mi hijo quiso correr detrás de mí, pero mi esposa lo retuvo, salí del zoológico y me subí a mi aeroplano, arranqué y me alejé de ahí, pero en el cielo una voz me dijo: ¿has estado preso alguna vez? Entonces vi a Rogelio, mi copiloto junto a mí, le pregunté si él había a hablado pero movió la cabeza negando y dijo: “Hice un trato con Saagú, ya me voy, volverás a ver a tu familia”, entonces abrió la puerta del aeroplano y saltó, yo, espantado perdí el control y de nuevo vi las luces entremezcladas con la espesura mientras le gritaba a dónde iba, pero en esos momentos desperté.
Ya estaba clareando, el aborigen estaba inclinado en el arroyuelo, lavando lo que después supe era un pequeño tapir, no sé en qué momento ni cómo se las arregló para atraparlo sin armas, sólo sé que al sentirse observado se levantó, me lo entregó sin mirarme y se alejó, pude ver que el animal tenía el cuello perforado, como si le hubieran insertado clavos o astillas por lo que deduje que el hombre habría usado alguna flecha o jabalina con forma de tridente construida al momento, lo cual no sería sorprendente pues ésta gente está adaptada para cazar con armas improvisadas de lo que la naturaleza le provee y son lo suficientemente astutos para sorprender a sus presas, agradecí tener carne para alimentarme y recordé que en mi pantalón tenía un encendedor y una navaja con las cuales rudimentariamente logré hacer una fogata y cortar unos pedazos para asar, el hombre me daba la espalda mientras lo hacía, pero debía reconocer que el esfuerzo había sido suyo así que le llamé para compartir la carne, pero ante mi sorpresa, se me acercó, cortó un gran trozo con mi navaja, me volvió a dar la espalda y se sentó a comer la carne cruda, lentamente, ignorándome, yo nada dije, después de todo, teníamos gustos muy diferentes, entonces le conté mi sueño, el nombre, Saagú debió resultarle familiar, pues al escucharlo interrumpió su comida, sin darle importancia seguí mi relato y poco a poco él también continuó su almuerzo. Pensé que sería buena idea cocer más carne para el camino, pero ciertamente con el calor no aguantaría mucho, así que no tuve más remedio que dejar el resto del tapir para satisfacer el apetito de las demás bestias que seguramente no tardarían el llegar. Cuando el aborigen vio satisfecha mi hambre me hizo señas para seguirlo, y así se fueron repitiendo los días: caminábamos hasta donde mis fuerzas aguantaran, me detenía, él se trepaba ágilmente a algún árbol, yo me quedaba abajo o subía también siempre manteniendo mi distancia, ya me había habituado a su manía de no mirarme ni dirigirme una palabra, yo hablaba y hablaba yo sin obtener respuesta hasta dormirme, despertaba sobresaltado a veces sintiendo los ojos de un gran felino acechándome, preparándose para saltar sobre mí, a veces soñaba que una serpiente o una araña se acercaban, pero siempre se alejaban al escuchar un rugido; soñaba también con un gran pájaro blanco que sobrevolaba entre los árboles, yo le preguntaba por Rogelio, pero me contestaba que no me preocupara, que él a él nadie lo echaría de menos, y era cierto, Rogelio era un hombre entrado en años, con dos divorcios a cuestas y cuya única afición era la bebida por lo que no era precisamente un orgullo para sus hijos, todos ya mayores de edad, circunstancia que seguramente agravaba su adicción y lo había convertido en un hombre hosco e irritable, todos lo considerábamos un amargado, sus sarcasmos y su altanería lo mantenían al margen de fiestas y reuniones fuera del trabajo; sin embargo yo lo apreciaba mucho pues compartía conmigo su pasión por la mecánica, con él aprendí en la práctica las teorías de la escuela y eso era suficiente para pasar por alto su carácter, con el tiempo creo que me tuvo cierto aprecio o por lo menos tolerancia, aunque debo confesar que además del cariño que me tenía también podía percibir cierta envidia, tal vez porque yo era todavía joven, estaba profundamente enamorado de mi esposa e igualmente correspondido, mi hijo tenía apenas cuatro años y era un niño muy alegre y curioso, a su corta edad podía ver que, igual que yo en aquél entonces le gustaba recibir juguetes solamente para desbaratarlos, por lo que habíamos decidido mejor comprarle rompecabezas, sin embargo eso no evitaba que al ver algún aparato electrónico o juguete en la basura hiciera lo posible por llevárselo consigo para desarmar, sí, mi hijo era un científico en potencia y lo entendía perfectamente, aunque su madre pensara que tenía más bien vocación de pepenador.