Confieso que,
En mis soledades más notorias,
Te supe pedir al mar...
Y creo que incluso,
Aún sin saberlo,
El mar ya tenía sus arreglos con el destino.
En cada paso que daba,
La calma de las olas se iba desvaneciendo,
Llegando lentamente a cubrir mis pies descalzos.
Tal vez se me escapó, o el mar hizo de las suyas escabullendose entre mis dedos;
Pero con su perspicacia inigualable me daría a conocer,
Que ya no serías un sueño que alguna vez le conté.
Finalmente, con desaliento, un día me despedí de él;
Creyendo que iba a llevarse mi secreto a las profundidades.
Lo que no sabía, es que a mí vuelta, ibas a estar esperándome.
Pero no había sido el mar el que contó mis anhelos;
Sino los atardeceres que fueron espectadores de nuestras charlas infinitas.
Quien diría que de tal escenario, todo culminaría con tus ojos confundiendose con los míos;
Y todo gracias a que, alguna vez, supe contarle de vos al mar...