Debo encontrar
ese camino
lleno de recuerdos
que trasminen
la luz y la acorralen.
Vestida en noviazgo
permanente
está la rosa; protegerse
es su vestido, su atuendo
de primavera, la rosa
es un sustantivo sin esencia,
desprovista de todo significado
auténtico. Vuelo
entre azahares, entre escombros,
participo de mi lengua, la única
que importa, la única que se rebela.
En lo estricto, mi campo
es la robótica, fundo metales
hasta golpear las furiosos métodos
altruistas, trituro palabras y verbos,
mezclo mixturas improbables.
Su sacrificio, aquel de palabras veloces,
ahora acometidas desde la lejanía
finge su senectud podrida de distancias
y amuletos.
Vuelan en mí los vientos contrarios.
Veletas de oxígeno en los niños mutilados.
Sueños que han provisto su sustancia de adhesivo.
Sin risa, y atestada está la rosa, su rosal, inercia
de los días, agoreros la hacen temporal,
los sueños crujen bajo mis pies. Su lluvia
de metales oxidados. Su sangre de nuevo
redimida. Vuelan en mí todavía
los eructos y las insinuaciones vomitivas,
los golpes de la luz hasta la crema universal.
La pasta acoge mi lamento, su ínfima notoriedad
en lo finito. Como golpean mis muslos, las azucenas
del parque. Y su signo de métodos azules.
Busco, en la esencia, un nombre proscrito.
Mejor, su pronombre: tú, yo, lo estrictamente
efímero, lo más desconocido por ignoto.
Nosotros inexistentes. Colores difusos
que se confunden en mi vista.
Y las eremitas búsquedas tropiezan
con alabarderos de música y hostilidad.
Que generan en las cárceles tumbas de honestidad.
Estoy tan lejos que apenas puedes alcanzarme.
Y eso me deja sobrio por unos días.
Voy de ala en ala tirando los sombreros unánimes
los conflictos de peaje y norma, los tiros de sangre
arengada. Y me sumerjo de nuevo
en cuerpos como magnolias blancas.
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