Un gato miraba fijo
directo hacia una pecera,
con sus crías.
Y pensaba: ¿a cuál elijo,
de la forma más certera,
estos días?
¡El gato estaba intrigado!
Del hambre que era terrible,
él… ¡maullaba!
Y un pez de color dorado
muy elegante y sensible,
lo miraba.
Se acercó por fin el gato
con sus aires de sabiondo…
¡A mojarras!
Y después de estar un rato
al meter su pata al fondo…
¡Sacó garras!
Las mojarras se asustaron
y también el pez dorado
que pasaba.
Al gato todos miraron
con su cuerpo bien rayado…
¡Qué asustaba!
Cambió estrategia el felino
y habló feliz y sonriente
a sus presas.
—Ven acá mi pez divino
aprovecha la corriente…
¡No hay sorpresas!
—Y contestó una mojarra
cien por ciento convencida
del apuro:
—Si te acercas él te agarra
y te quitará la vida,
lo aseguro.
—Gracias, gracias señor gato,
no queremos sus caricias
tan obscenas.
Mejor búsquese otro pato
que le crea sus malicias,
nunca buenas.
—Vaya a ver si hay otro tonto
que le crea sus sandeces,
su mentira;
ya verá que en lo más pronto
pagará con muchos creces,
lo que aspira.
Es real en el presente
lo que el verso le refleja,
buen amigo.
Nunca crea ciegamente
es la buena moraleja
que predigo.