Un rito,
el sonido de la campana
destellante atraviesa,
piel y corazón.
Hasta el silencio
entre cada toque,
despierta a los habitantes
como una melodía espacial.
Se mimetiza con emociones,
y las estaciones de vida,
y hábitat de cada uno.
Pueblo,
invisible jaula abierta,
enlace de manos,
de los habitantes.
Duermen con el silencio,
sueñan con el día siguiente.
La violencia dispersa el silencio
y los sueños,
cierra la jaula, el dolor es visible.
Desde niño,
las campanadas musicales
abren las emociones de lo habitantes.
Las horas oración,
las horas de la despedida,
las horas del primer llanto,
su incipiente cabellera,
se sumerge,
entre agua y oración.
Las campanadas abren el horizonte
en la madrugada,
esconden las estrellas,
despiertan el pueblo.
Sentado en un columpio,
desde niño,
aprendió, que una burbuja de sonido
lo arrastra a un éxtasis.
Los sentimientos vibran,
como la brisa gira entre los pétalos
y pequeñas hojas de los árboles.
Violencia,
un pájaro en la lejanía,
observa el polvo
que circula fantasmal.
El único pájaro,
el único habitante de alas.
El único habitante,
sueña con tocar la campana,
mientras la violencia
su melodía de disparos
golpea la campana
del pueblo desierto.
Sus habitantes han desaparecidos
solo queda la magia fantasmal
de su identidad en calma.