Hilario conoció a su abuelo a través de su abuela cada vez que salían a los alrededores de la colonia para conseguir hierba para las gallinas y guajolotes que criaban en su patio, él disfrutaba esas salidas mientras la abuela lo desdcribía como un hombre honrado, trabajador y respetuoso , quien después de la jornada se reunía a platicar junto al comal donde la abuela calentaba tortillas, con una jícara de agua, y donde ya se habrían reunido sus hijos, ansiosos de comer los camotes con miel que les había traído, Hilario podía imaginárselo en su hamaca por las noches contándoles historias de aparecidos y de la última guerra, donde los campesinos tenían que ir a esconderse a las cuevas mientras los soldados quemaban y saqueaban los pueblos, asesinando por igual ancianos, mujeres y niños, las hambruna que siguió y la persecución de sus valerosos caudillos, nombres que no debían ser olvidados pues ellos enseñaron la dignidad, astucia y coraje a un pueblo oprimido, también les daría consejos, invitándolos a ser bondadosos y tolerantes con sus semejantes, a ser honrados y cuidar la tierra que los sustentaba. El abuelo estuvo siempre ligado a la abuela, una figura inseparable y cuando la abuela se fue a reunir con él Hilario no lloró, tan solo miró a su abuela acostada en el humilde ataúd y le pareció que solamente dormía, fresca y olorosa a margaritas, su rostro moreno lucía tan apacible que no inspiraba tristeza sino paz, y si había paz no debía haber llanto, eso decía ella. El velorio le pareció aburrido, una interminable repetición de padres nuestros y aves marías que culminaban siempre en cumplidos no siempre sinceros para la difunta, esa cháchara de familiares y vecinos eran tan aburridos como los rezos así que Hilario se retiró a acostarse, el vacío que dejó la abuela lo ocuparon los recuerdos del abuelo desconocido, ése que siempre permaneció con ella.
A él le tocó ocuparse de las gallinas, la melancolía lo acompañaba al ir por la hierba, y fue en uno de esos recorridos cuando encontró en uno de las calles a un viejito que se dedicaba a vender horquetas, vestía huaraches gastados y pregonaba su mercancía con voz jadeante, llevaba la camisa y el pantalón sudados tanto por el calor como por el esfuerzo, su espalda se encorvaba balo el peso de 6 u 8 de esos palos de entre tres y cuatro metros bifurcados usados comúnmente para subir y bajar cuerdas de tender ropa, sostener ramas de árboles o bajar fruta, el viejito no tenía éxito por lo visto y en varias ocasiones, vencido por el cansancio se dejaba caer sobre la banqueta, Hilario se imaginó que ése viejo podría ser su abuelo y se acercó a preguntarle el precio de una de sus horquetas, treinta pesos fue la respuesta, él solo tenía seis años y no tenía dinero, pero pensó que si compraba una horqueta por lo menos el señor ya no cargaría tantas y al otro día empezó a hacer mandados, vendió unos juguetes y cuando sentía el deseo de destinar ese dinero en alguna golosina, la sola imagen de su abuelo representado bajo el peso de esos palos siempre le evitaba ceder.
Así, en menos de una semana reunió lo suficiente y algo más, cuando salió por la hierba buscó al viejito, y al verlo corrió a comprarle la horqueta, éste se sorprendió al ver la determinación en un niño pequeño, le pidió que fuera a buscar a su papá o a algún hermano que le ayudara a cargar la horqueta, pero Hilario se negó, la cargaría él mismo y así hizo, leentregó todo el dinero que había reunido y se acomodó el palo, éste pesaba, pero Hilario estaba muy feliz y se dirigió a su casa arrastrando su compra, su mamá, al verlo lo reprendió severamente: “¿estás loco? No necesitamos una horqueta, qué forma de mal gastar el dinero, ni siquiera cabe en el patio, no tenemos árboles, ¿qué vas a hacer ahora con ella?
-Cualquier cosa… ya sé, la voy a plantar.
- Qué mocoso tan imbécil , ahora mismo vamos a buscar al viejo para devolvérsela.
Pero era demasiado tarde, el viejo no apareció por ningún lado, la mamá no tuvo más remedio que arrinconarla en el patio; pero Hilario estaba empeñado en plantarla y cuando la señora salió a atender un asunto Hilario aprovechó para escarbar un hueco con un machete y una lata, sus manos se lastimaron pero consiguió que fuera lo suficientemente hondo para que al enterrar el palo éste se mantuviera erguido, estaba sudoroso y sucio pero contento, luego se fue a bañar y salió nuevamente a observarlo: era solo un palo, pero su mente infantil lo llevó a la milpa, con su abuelo y pensó que de alguna manera él estaba ahí y aprobaba su acción, se dio cuenta de lo mucho que extrañaba a la abuela y cuánto lo quería a él. Al anochecer soñó que los tres estaban bajo un gran zapote, su abuelo le decía:
-Eres todo un hombrecito de corazón bondadoso, estoy muy orgulloso de ti.
En un gozo sin tiempo transcurría en ese sueño hasta que unos murmullos lo despertaron al amanecer, cuando salió de su cuarto se dio cuenta de que en el pasillo habían vecinos señalando al patio, todavía frotándose los ojos se acercó al grupo y pudo ver con asombro el motivo : imponente y frondoso estaba un gran árbol de zapote donde él había plantado la horqueta, la mamá estaba muy afectada, diciendo que era la fruta que más le gustaba a su difunto padre, que el árbol era igual al que tuvo en su casa de niña, Hilario, emocionado corrió a treparse él, diciendo: “Gracias abuelito, por haberte conocido”.