La misma guerra
Latinoamérica detona con el silencio.
Los rostros que parecen Nicaragua
(al pequeño presagio de Nicaragua),
las costillas de las luchas,
las revoluciones intestinales.
Crece el granero, deforestan
y crece inevitable el hambre.
Es un jardín enorme el patio de algunos apellidos.
Remueven la tierra de la conciencia,
siembran secretos
y ocultan cadáveres en la privacidad de su jardín.
Los exóticos jardines son nuevos laboratorios.
Revolucionan los estómagos.
Las plagas resultan gestas, producto del laboratorio.
Quién canta a estas gestas.
También es un jardín privado el fondo de la casa
(permite ciertos desvíos non sanctos),
hay una causa: poblar de necesidad.
La necesidad rebasa Latinoamérica
con una Nicaragua,
un cuba en la sangre,
un Chile que arrastra y sedimenta el jardín.
El abono en los secretos infames.
Tenemos un jardín imponente.
Un hambre de cuento con cierto halo de irrealidad,
que a cualquiera le viene la esperanza
de que la fortuna, es de uno.
Así de inmersos de jardín,
tan parte de jardín,
jardín del mundo.
La belleza es imposible arrancar de los ojos.
todo está en una distancia asequible,
al alcance de la mano está la distancia.
La distancia es la cercanía,
el sarcasmo de una mueca.
La mueca es el jardín,
el jardín Latinoamérica.
Es un inmenso jardín ajeno el patio de mi casa.
Es común que remuevan la tierra del corazón
y arrojen semillas repletas de secretos.
Haití y Venezuela en sus garras,
la soberanía, la ilusión
tienen forma de garras mortales
como los interrogantes.
Caen como interrogantes
sobre la presa sumisa.
Peor, encantada,
porque admira el vuelo rapaz y rompiente.
Los caprichos suceden al paisaje,
caen como bombas de acuarela
los tonos del desierto
y lo que nos daña más
es que contemplamos
como si se tratara de una película.
De las malas, de acción.